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defecto que descubriese en ellos, pero ponía mucha
atención para no disgustar a ninguno. Sus avisos
no eran jamás un reproche que irritase, y todos
entendían que él hacía así, buscando su bien.
Decía un día a cierto seminarista muy apegado a su
propia voluntad:
-Eres un joven juicioso y sabes, mejor que yo,
que sólo la obediencia puede llevarnos por el
camino seguro.
Se enteró de que algunos hicieron una merienda.
Ciertamente aquel extraordinario no era ningún
delito, pero tampoco un acto de virtud. Haciéndose
el encontradizo con ellos, después de unas
semanas, les dijo sonriendo:
-Vosotros, que estudiáis teología moral,
decidme: >>de cuántos modos se puede faltar
comiendo?
Y los interrogados, que no pensaban en su
pasada travesura, se apresuraron a responder:
-De cinco modos: praepropere, laute, nimis,
ardenter, studiose (mucho, regaladamente,
demasiado, ardientemente, con ansia).
-íEstupendo!, añadió don Bosco.
Y no dijo nada más. Pero cuando los
seminaristas reflexionaron, entendieron el alcance
de aquel íestupendo!, y aprovecharon la
amonestación.
Durante el invierno sucedió que uno de éstos
hacía algunos días que no aparecía en la iglesia,
a la hora de misa, porque se levantaba de la cama
algo más tarde de la hora establecida. Se acercó
éste a don Bosco, durante el recreo, y oyó que le
decía:
-íCuánto me alegra verte!, >>cómo andas de
salud?
((**It3.616**)) -Muy
bien, gracias a Dios, respondió.
-Me alegro mucho; creía que estabas enfermo;
hace ya varios días que no te veía tomar parte en
las oraciones comunitarias de la mañana.
La lección produjo su efecto y el clérigo fue
más diligente.
Es de notar que don Bosco, en ocasiones,
tardaba hasta meses en dar una corrección, cuando
juzgaba que sería más eficaz y mejor recibida.
Bien entendido que, si se trataba de algo
importante, lo hacía enseguida, pero siempre con
suavidad y palabras amables. Una sola mirada valía
en ocasiones por un sermón. Así contaba Félix
Reviglio, que observaba atentamente los actos y
palabras de don Bosco, y añadía que tenía muchos
recursos para hacer vivir a los seminaristas en un
ambiente espiritual.
A veces, para entretenernos en el recreo, abría
al acaso el libro de la Imitación de Cristo, de
Kempis, o se lo hacía abrir a ellos y pedía
leyeran un versículo cualquiera de la página, para
sacar un pensamiento
(**Es3.471**))
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