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((**Es3.471**) defecto que descubriese en ellos, pero ponía mucha atención para no disgustar a ninguno. Sus avisos no eran jamás un reproche que irritase, y todos entendían que él hacía así, buscando su bien. Decía un día a cierto seminarista muy apegado a su propia voluntad: -Eres un joven juicioso y sabes, mejor que yo, que sólo la obediencia puede llevarnos por el camino seguro. Se enteró de que algunos hicieron una merienda. Ciertamente aquel extraordinario no era ningún delito, pero tampoco un acto de virtud. Haciéndose el encontradizo con ellos, después de unas semanas, les dijo sonriendo: -Vosotros, que estudiáis teología moral, decidme: >>de cuántos modos se puede faltar comiendo? Y los interrogados, que no pensaban en su pasada travesura, se apresuraron a responder: -De cinco modos: praepropere, laute, nimis, ardenter, studiose (mucho, regaladamente, demasiado, ardientemente, con ansia). -íEstupendo!, añadió don Bosco. Y no dijo nada más. Pero cuando los seminaristas reflexionaron, entendieron el alcance de aquel íestupendo!, y aprovecharon la amonestación. Durante el invierno sucedió que uno de éstos hacía algunos días que no aparecía en la iglesia, a la hora de misa, porque se levantaba de la cama algo más tarde de la hora establecida. Se acercó éste a don Bosco, durante el recreo, y oyó que le decía: -íCuánto me alegra verte!, >>cómo andas de salud? ((**It3.616**)) -Muy bien, gracias a Dios, respondió. -Me alegro mucho; creía que estabas enfermo; hace ya varios días que no te veía tomar parte en las oraciones comunitarias de la mañana. La lección produjo su efecto y el clérigo fue más diligente. Es de notar que don Bosco, en ocasiones, tardaba hasta meses en dar una corrección, cuando juzgaba que sería más eficaz y mejor recibida. Bien entendido que, si se trataba de algo importante, lo hacía enseguida, pero siempre con suavidad y palabras amables. Una sola mirada valía en ocasiones por un sermón. Así contaba Félix Reviglio, que observaba atentamente los actos y palabras de don Bosco, y añadía que tenía muchos recursos para hacer vivir a los seminaristas en un ambiente espiritual. A veces, para entretenernos en el recreo, abría al acaso el libro de la Imitación de Cristo, de Kempis, o se lo hacía abrir a ellos y pedía leyeran un versículo cualquiera de la página, para sacar un pensamiento (**Es3.471**))
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