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metropolitano cuando fue devuelto a la diócesis
por el Gobierno a finales de 1864, después de
haberlo ocupado la tropa dieciséis años. Por
tanto, desde 1849-50 el Oratorio de Valdocco se
convirtió en seminario de la Archidiócesis y del
Piamonte, y puede decirse que continuó siéndolo
durante veinte años, porque, como veremos, muchos
de los muchachos allí recogidos, mantenidos,
instruídos en la ((**It3.613**)) lengua
latina, que vistieron la sotana y asistieron a las
clases de los profesores del seminario a expensas
y fatigas de don Bosco, fueron enviados por él,
hechos sacerdotes, a los Superiores Eclesiásticos
de varias diócesis.
Los seminaristas hacían en común las prácticas
de piedad, aprendían las sagradas ceremonias,
participaban en la vida de los muchachos,
asistiendo o desempeñando su orden, en las fiestas
de los principales misterios de nuestra sacrosante
religión. Don Bosco ponía toda diligencia para que
resultaran espléndidas y se cantaran los divinos
oficios con decoro. Era celosísimo sobre todo para
invitarles a frecuentar la santa comunión.
Afirmaban varios seminaristas y especialmente
Ascanio Savio.
<<-No dejaba pasar ocasión sin recomendarnos
que nunca se omitiera la visita diaria al
Santísimo Sacramento, aunque fuera cortísima, pero
constante. Nos animaba a conseguir el espíritu de
oración, diciéndonos que: la oración es tan
necesaria a los que se consagran al servicio del
altar, como al soldado la espada. Nos exhortaba a
tener fe, porque todo bien, espiritual y temporal,
viene del Señor, y en todas las necesidades, sin
perderse en lamentaciones o cuidados inútiles, hay
que recurrir a El en primer lugar. Nos aconsejaba,
además, que cuando se tratase de conseguir una
gracia importante, lo mismo para nosotros que para
los demás, especialmente si se trataba de la
salvación de las almas o de una empresa para la
gloria de Dios, hiciéramos un voto temporal de
algo que en aquel momento conociéramos ser del
mayor agrado del Señor, y nos aseguraba que eso
haría más eficaces nuestras oraciones. Por la
manera que hablaba, deducíamos que éste era el
medio con que atraía las bendiciones celestiales
sobre sus empresas. Cuidaba mucho de los
seminaristas. Nos reunía en conferencia para
confirmar cada vez más en nosotros el espíritu
eclesiástico y la fidelidad a la vocación, y nos
repetía que ((**It3.614**)) la
primera virtud de los discípulos de Cristo era la
santa abnegación. Exclamaba frecuentemente:
>>-Empezad por mortificaros en las cosas
pequeñas para poder fácilmente mortificaros
después en las grandes.
>>Se informaba de la marcha de nuestros
estudios, exhortándonos
(**Es3.469**))
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