Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es3.46**) de toda especie. La mayor parte de ellos pertenecía a las llamadas <> (Pandillas del Barrio Vanchiglia), numerosas pandas de muchachotes juramentados entre sí con pactos de defensa mutua, capitaneados por los mayores y más audaces. Eran insolentes y vengativos, prontos a llegar a las manos con el menor pretexto de una ofensa recibida. Como no tenían ningún trabajo, crecían ociosos y entregados al juego y al hurto de bolsas y fardeles. Las más de las ((**It3.45**)) veces acababan en la cárcel y, cumplida la pena de sus fechorías, volvían a Puerta Palacio, donde continuaban con mayor maestría y malicia sus bajas costumbres. Don Bosco, pues, solía ir cada mañana a esta plaza, donde había conocido a cierto número de aquellos jóvenes, cuando su Oratorio festivo se trasladó desde el Refugio hasta la Iglesia de los Molinos. Empezó a tratar con alguno de ellos, primero, con la excusa de preguntarles la dirección de alguna calle o de hacerse limpiar los zapatos, y después, saludándoles al pasar a su lado. Tanto más que a algunos los había conocido en las cárceles, que siempre seguían siendo parte de su campo de apostolado. Se detenía aquí o allí con algún grupo, haciéndoles reír con algún chiste, interesándose por su salud, o por la ganancia hecha el día anterior y, al mismo tiempo, les manifestaba su suerte por haberse encontrado con ellos; aún más, a veces les decía que había pasado aposta por allí por el gusto de verles y saludarles. Poco a poco, llegó a conocer a todos por su nombre y hablaba con ellos, con la confianza de un padre con sus hijos, de la necesidad de ganarse el paraíso. Cuando se encontraba con alguno a solas, con una habilidad totalmente suya, que nadie conseguirá describir dignamente, le preguntaba cómo iban las cosas de su alma y si se confesaba. El joven respondía con sinceridad, pero en cuanto a la confesión rara vez decía que sí, porque casi no sabía qué fuese el sacramento de la confesión. -Bueno, respondía don Bosco; ven a visitarme y yo te enseñaré a confesarte y quedarás muy contento. Para ganárselos más, alguna vez compraba en aquel ((**It3.46**)) mercado uno o dos cestos de fruta. Decía a los más próximos: -Llamad a los otros. Ea, una manzana para cada uno. Y era inmensa la alegría de los que recibían el inesperado regalo. Mientras recorría el trozo de calle que va de Puerta Palacio a(**Es3.46**))
<Anterior: 3. 45><Siguiente: 3. 47>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com