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Y el clérigo Ascanio Savio oyó repetir a su
madre, que no era conveniente que la nieta fuese
al Oratorio.
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((**It3.592**)) El año
1890 preguntaba Fumero a Gastini:
->>Recuerdas haber visto en don Bosco un gesto,
una palabra, una mirada, que ni de lejos fuese
inconveniente o menos correcta?
-Nunca, respondió el otro.
Y habían vivido en familia con él desde los
primeros años. Un día se presentó Carlos Tomatis a
la buena de Dios en un grupo de compañeros, entre
los cuales estaba don Bosco; no iba vestido según
las normas estrictas de la modestia. Al verlo,
empezaron todos a reír cándidamente, pero don
Bosco permaneció inmutable. Cuando le preguntaron
cómo se las arreglaba para contener la risa, en
ésta y en otras ocasiones semejantes, respondió:
<<-Yo me río cuando quiero y, cuando no quiero,
no río>>.
Lo mismo en el púlpito que en todos sus
escritos hablaba de la castidad con admirable
delicadeza. En sus conversaciones familiares hacía
a menudo magníficas loas de esta virtud y sugería
los medios para conservar inmaculado el corazón.
Para hacerla amar tenía, como después veremos,
expresiones originales, muy suyas, que revelaban
la belleza de su alma. Por ejemplo, al enviar a
algunos a dar catecismo en los Oratorios, para que
no dejaran seducir su corazón por cualquier
pasión, les decía:
-Recordaos que os mando a pescar y que vosotros
no debéis ser pescados.
Para ayudar a los muchachos a mantenerse
buenos, ya entonces los hacía asistir con máxima y
prudente vigilancia, en todo lugar y tiempo por
los compañeros más virtuosos, poniéndolos casi en
la
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