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que le saludaban. Parecía que su espíritu estaba
continuamente concentrado en algún pensamiento
profundo que le dominaba, y se deducía claramente
de todo su conjunto que estaba absorto en la
contemplación de Dios. Muchos probaron alguna vez
a pedirle un consejo espiritual en ciertos
momentos en los que se hubiera dicho estaba
distraído con asuntos temporales y, sin embargo,
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respondía siempre como quien está en atenta y
devota meditación de las verdades eternas>>.
Don Ascanio Savio estaba persuadido de que don
Bosco se pasaba en vela muchas horas de la noche
y, a veces la noche entera, entregado a la
oración; y notó que, cuando decía las oraciones en
común, pronunciaba con un gusto especial las
palabras Padre nuestro, que estás en los cielos; y
su voz, destacándose por encima de las de los
muchachos, adquiría en aquel momento un sonido
armonioso e indefinible, que enternecía a los que
le oían.
Fue siempre un modelo, nos decía, para todos
nosotros en la oración, aunque no había nada de
extraordinario en su compostura; pero nunca le vi,
ni en la iglesia ni en la sacristía, apoyar los
codos en el banco: se conformaba con colocar el
antebrazo sobre el reclinatorio, con las manos
juntas o sosteniendo un libro. Su recogimiento,
añadía don Félix Reviglio, y su compostura eran
tan devotas que monseñor Bertagna llegó a decirme
que don Bosco, cuando rezaba, parecía un ángel.
<>Tenía don Bosco un calendario de pared de
1848. Ignoro por qué motivo pegó sobre él, en
1849, cinco estampas de la Santísima Virgen. Tres
representaban a la Inmaculada. En la primera de
éstas aparece, en medio del campo, un sacerdote
cercado de niños, unos de rodillas y otros de pie,
todos mirando a María Santísima, la ((**It3.590**)) cual
está entre nuebes y cortejada de ángeles, con las
manos juntas, coronada de doce estrellas y con la
luna y la serpiente bajo sus pies. El sacerdote le
muestra a la Virgen sobre cuya imagen se lee:
Hijos
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