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((**Es3.451**) otras industrias sin cuento. Aborrecía tanto la ofensa de Dios, que se habría sacrificado mil veces al día para impedir tan sólo una. "->>Cómo es posible, exclamaba, que una persona sensata que crea en Dios, pueda determinarse a ofenderle gravemente?". >>Si uno cometía una falta grave, él se entristecía como no lo hubiera hecho por cualquier otra desgracia y, lleno de pena, decía al culpable: "->>Por qué tratar tan mal a Dios, que nos quiere tanto?". Y, a veces, le vi llorar. Todas sus palabras, lo mismo en privado que en público, miraban a inspirar horror al pecado>>. Añadía don Ascanio Savio: <>Recomendaba frecuentemente a todos que rezaran las oraciones con devoción, que pronunciaran bien ((**It3.588**)) las palabras, atendiendo además al significado de las mismas. Exigía como profesión de fe que todos hiciesen con recogimiento y veneración la señal de la cruz, y no tenía reparo en llamar cortésmente la atención hasta a los sacerdotes que se santiguaban con poca gravedad. En los sermoncitos de costumbre, de la noche, demostraba la necesidad de emplear bien el tiempo, de hacerlo todo para mayor gloria de Dios, familiarizando a los muchachos con la frase de San Ignacio: Omnia ad maiorem Dei gloriam (Todo a la mayor gloria de Dios) y los exhortaba con frecuencia y encarecidamente a trabajar y sufrir de buen grado por nuestro Señor Jesucristo. Y él, aunque era de constitución sensibilísima, se mantenía siempre igual, ya fuera el tiempo nublado, seco o húmedo, ya hiciera viento, frío o calor. Se hubiera dicho que no lo sentía. Su vida era un continuo sacrificio y su comida una mortificación. >>Quería que en los patios y en todas las dependencias de la casa los internos y externos tuvieran ante sus ojos el Crucifijo y la imagen de María, para que se acostumbraran a vivir en la presencia del Señor. Y el pensamiento de la presencia divina estaba tan vivo en su mente que se transparentaba en su fisonomía. Cuando yo le observaba, me sentía provocado a exclamar: Conversatio nostra in coelis est (Nuestra conversación está en el cielo). Doquiera se encontrase, en la mesa, a solas en su pequeña habitación, guardaba siempre ejemplar compostura: tenía recogida su mirada, la cabeza algo inclinada, como quien está ante un gran personajes, o mejor, ante el Santísimo Sacramento del Altar. Aunque era de índole muy sociable, cuando iba solo por la calle, difícilmente reparaba en las personas (**Es3.451**))
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