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de la piedad y probaron el inefable placer de una
alma, que se siente salvada del abismo de la
corrupción o elevada a una esperanza más firme del
premio eterno, se convirtieron en pequeños
apóstoles de sus amigos y compañeros del vicio o
de la disipación, prometiéndoles diversiones más
agradables con el señor don Bosco (tal es el
nombre del eximio eclesiástico) que las
anteriormente tenidas. Y así, corriéndose de boca
en boca la noticia del nuevo Oratorio, al poco
tiempo se juntó una turba incontable de muchachos,
con el provecho para el alma que se puede
imaginar. Una colmena en derredor de la cual se
agita zumbando un enjambre de abejas, mientras una
gran parte de ellas está dentro elaborando
traquilamente la miel, da la imagen verdadera de
aquel
sagrado recinto en los días festivos. Por las
calles que allí llevan te encuentras a cada paso
muchachos en tropel que van canturreando con más
alegría que si fueran a un festín: dentro, verás
muchachos ((**It3.581**)) que
juegan divididos en pequeños grupos, y otros que
saltan, juegan a la pelota, a las bochas o se
divierten en los columpios, dando volteretas y
haciendo el pino. Mientras tanto, otros están en
la iglesia aprendiendo el catecismo, otros se
preparan para recibir el sacramento y, en las
habitaciones contiguas, enseñan a unos a leer y
escribir, a otros aritmética y caligrafía y a
otros a cantar. Varios sacerdotes vigilan aquella
turba, compuesta de tan distintos elementos y
ocupada en inclunaciones tan dispares,
industriándose con todo empeño por dirigir sus
pensamientos, sus pensamientos, sus afectos y sus
actos hacia la religión, y velando para que, a la
hora destinada a la oración y a la instrucción en
común, cesen todos los juegos y se recojan en la
capilla. Se experimenta un verdadero placer al
contemplar la docilidad con que todos aquellos
muchachos, otrora tan mal orientados, ahora
obedecen a aquellos eclesiásticos, al ver la
alegría dibujada en su rostro, la devoción con que
asisten a los divinos oficios, cómo reciben los
sacramentos, escuchan la instrucción religiosa,
que también se imparte durante la semana a los que
la necesitan, e intervienen en los ejercicios
espirituales que cada año se hacen durante varios
días.
>>Es maravilloso ver el afecto y ternísima
gratitud de aquellos muchachos con su bienhechor,
el señor don Bosco. Ningún padre recibe tantas
caricias de sus hijos; todos le rodean, todos
quieren hablarle, besarle la mano; si lo ven por
la ciudad, salen enseguida de los establecimientos
donde están para saludarle. Su palabra ejerce un
ascendiente prodigioso en el corazón de aquellas
almas todavía tiernas, para amaestrarlos,
corregirlos, inclinarlos al bien, inculcarles la
virtud y hasta enamorarles de la perfección.
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