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((**Es3.446**) de la piedad y probaron el inefable placer de una alma, que se siente salvada del abismo de la corrupción o elevada a una esperanza más firme del premio eterno, se convirtieron en pequeños apóstoles de sus amigos y compañeros del vicio o de la disipación, prometiéndoles diversiones más agradables con el señor don Bosco (tal es el nombre del eximio eclesiástico) que las anteriormente tenidas. Y así, corriéndose de boca en boca la noticia del nuevo Oratorio, al poco tiempo se juntó una turba incontable de muchachos, con el provecho para el alma que se puede imaginar. Una colmena en derredor de la cual se agita zumbando un enjambre de abejas, mientras una gran parte de ellas está dentro elaborando traquilamente la miel, da la imagen verdadera de aquel sagrado recinto en los días festivos. Por las calles que allí llevan te encuentras a cada paso muchachos en tropel que van canturreando con más alegría que si fueran a un festín: dentro, verás muchachos ((**It3.581**)) que juegan divididos en pequeños grupos, y otros que saltan, juegan a la pelota, a las bochas o se divierten en los columpios, dando volteretas y haciendo el pino. Mientras tanto, otros están en la iglesia aprendiendo el catecismo, otros se preparan para recibir el sacramento y, en las habitaciones contiguas, enseñan a unos a leer y escribir, a otros aritmética y caligrafía y a otros a cantar. Varios sacerdotes vigilan aquella turba, compuesta de tan distintos elementos y ocupada en inclunaciones tan dispares, industriándose con todo empeño por dirigir sus pensamientos, sus pensamientos, sus afectos y sus actos hacia la religión, y velando para que, a la hora destinada a la oración y a la instrucción en común, cesen todos los juegos y se recojan en la capilla. Se experimenta un verdadero placer al contemplar la docilidad con que todos aquellos muchachos, otrora tan mal orientados, ahora obedecen a aquellos eclesiásticos, al ver la alegría dibujada en su rostro, la devoción con que asisten a los divinos oficios, cómo reciben los sacramentos, escuchan la instrucción religiosa, que también se imparte durante la semana a los que la necesitan, e intervienen en los ejercicios espirituales que cada año se hacen durante varios días. >>Es maravilloso ver el afecto y ternísima gratitud de aquellos muchachos con su bienhechor, el señor don Bosco. Ningún padre recibe tantas caricias de sus hijos; todos le rodean, todos quieren hablarle, besarle la mano; si lo ven por la ciudad, salen enseguida de los establecimientos donde están para saludarle. Su palabra ejerce un ascendiente prodigioso en el corazón de aquellas almas todavía tiernas, para amaestrarlos, corregirlos, inclinarlos al bien, inculcarles la virtud y hasta enamorarles de la perfección. (**Es3.446**))
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