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el humilde edificio y viendo las varias
inscripciones religiosas que allí se leen, la
pobre espadaña, con una cruz encima, que se
levanta sobre el tejado y el rótulo: Esta es la
casa del Señor, sobre la puerta que mira a
poniente, se deduce, y no sin maravilla, que allí
hay un Oratorio sagrado. Pero crecerá más su
admiración, cuando pregunte quién y por qué fin ha
dedicado a las prácticas religiosas aquel lugar
tan modesto y le digan que se trata de un humilde
sacerdote, sin más riquezas que una
caridad inmensa, el cual ya hace varios años
recoge allí, todos los días festivos, de
quinientos a seiscientos muchachos para
amaestrarlos en las costumbres cristianas, y al
mismo tiempo hacerlos hijos de Dios y óptimos
ciudadanos.
>>Este egregio sacerdote, lleno de esa
filantropía que no nace de ninguna otra fuente más
que la fe católica, se sentía verdaderamente
dolorido al contemplar, en los días dedicados al
Señor, a centenares y centenares de niños, del
todo abandonados, que, en vez de acudir a la
iglesia para recibir lecciones de santidad se
desparramaban por plazas, avenidas y praderas que
rodean la ciudad, para pasar todo el día en
entretenimientos peligrosos, y volver después a
sus casas, más indisciplinados, irreligiosos e
indóciles. La visión de tantos muchachos, que por
la despreocupación censurable de sus padres y de
sus jefes, crecían en la más crasa ignorancia de
lo que más importa al hombre, expuestos a todos
los peligros de corrupción procedentes del ocio,
de las
malas compañías y perversos ejemplos, hirió tan
hondamente su corazón, que determinó poner remedio
lo mejor que él supiera. >>Qué hizo, pues, el
nuevo discípulo de Felipe Neri? Guiado por su
celo, armado de paciencia a toda prueba, revestido
de toda la dulzura y humildad que sabía eran
necesarias para tan alta empresa, se puso a
recorrer los alrededores de Turín en los días
festivos y cuando veía grupos de ((**It3.580**))
muchachos entretenidos en sus juegos, se les
acercaba, rogándoles le dejasen participar en
ellos; después, cuando se había familiarizado
algo, les invitaba a seguir el juego en un sitio,
que él tenía, más a propósito para divertirse que
aquél. Es fácil suponer las burlas con que sería
recibida las más de las veces su invitación y
cuántas negativas sufriría; pero, su constancia y
su dulzura se impusieron poco a poco de una forma
prodigiosa; y los chiquillos más reacios, los
muchachos más traviesos, vencidos por su gran
humildad y suavidad de modales, se dejaron
conducir al humilde recinto que os he descrito,
donde, convertida una parte del edificio en
modesta, pero devota capilla, se alternan las
horas de los días festivos entre los oficios
religiosos y los juegos inocentes.
>>Los primeros muchachos invitados, cuando
saborearon las dulzuras
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