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una olla pequeña y se lamentó con la mamá de que
no había bastantes castañas para todos. Pero ya no
se podía remediar la equivocación. Y en esto, que
llegan los muchachos y se agrupan ante la puerta
de la capilla de San Francisco. Subió don Bosco al
umbral para repartir las esperadas castañas.
Buzzetti vertió la olla en un canastillo que
sujetaba entre sus brazos. Don Bosco, creído que
su madre había cocido todas las castañas
compradas, llenaba de ellas la gorra que cada
muchacho le presentaba.
Buzzetti, al ver que daba demasiadas a cada uno,
le gritó:
->>Qué hace usted, don Bosco? No tenemos para
todos. Si sigue dando así, no llegan ni para la
mitad.
-Sí que habrá, contestó don Bosco; hemos
comprado tres sacos y mi madre las ha cocido
todas.
-No, don Bosco; sólo éstas, éstas solas,
repetía Buzzetti.
Sin embargo, don Bosco, contrariándole
disminuir la porción, respondió tranquilamente:
-Demos a cada cual su parte, mientras haya.
Y continuó dando a los demás la misma cantidad
que a los primeros.
Buzzetti movía la cabeza y miraba a don Bosco
hasta que, por fin, no quedaron en el canasto más
castañas que para dos o tres raciones. Sólo una
tercera ((**It3.577**)) parte
de los muchachos había recibido sus castañas y
eran cerca de seiscientos. A los gritos de alegría
sucedió un momento de silencio y de ansiedad. Los
más próximos se dieron cuenta de que el cesto
estaba casi vacío.
Entonces don Bosco, creyendo que su madre había
guardado las otras castañas, por razón de
economía, corrió a buscarlas. Pero vio, con
sorpresa, que en vez de la olla grande había
empleado la pequeña destinada para los superiores.
>>Qué hacer? Sin perder la calma, dijo:
-Se las he prometido a los muchachos y no
quiero fallar a mi palabra.
Tomó un cazo grande, lo llenó de castañas y
siguió repartiendo las pocas que quedaban.
Así empezaron las maravillas. Buzzetti estaba
fuera de sí. Don Bosco hundía el cazo en el
canasto y lo sacaba lleno hasta rebosar. íLa
cantidad que había en el canasto parecía que no
disminuía! Y no fueron dos o tres, sino cerca de
cuatrocientos los que recibieron castañas para
saciarse.
Cuando Buzzetti devolvió el canasto a la cocina
vio que aún quedaba dentro una ración, la de don
Bosco, porque quizá la Santísima Virgen le había
reservado su parte.
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