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((**Es3.438**) Verdaderamente no era éste todavía el campo de un apostolado suyo, que tan amplio se haría; pero bien se le puede tener como el principio de una misión que la Divina Providencia destinaba a él y a sus hijos. En efecto, los muchachitos moros eran siempre el objeto de sus aspiraciones, y, en los sueños, como después diremos, se veía rodeado de turbas de aquellos que le pedían la salvación eterna. Y, como preludio de este feliz advenimiento, en nuestros primeros hospicios y especialmente en los de Brasil, los hijos de los antiguos esclavos africanos se sientan, sin distinción alguna, a la misma mesa de los hijos del país; mientras que la república de Liberia, en Africa, y la de Haití en las Antillas, pedían a don Bosco misioneros salesianos para sus muchachos, y obtenían la respuesta de que no serían olvidados. Aún diré más; en el Oratorio de Valdocco se decidió continuar la obra de Olivieri. Este santo apóstol, envejecido y agotadas sus fuerzas, necesitaba un compañero que le ayudase en su difícil misión, y don Blas Verri se sintió inspirado a prestar su colaboración. Pero, antes de decidirse, quiso consultar a Dios en la oración, para conocer si era de El el deseo. Sin más, partió de Milán y fue a pasar unos días con don Bosco. <((**It3.570**)) en la piadosa obra de la redención de cautivos. Una tarde me pidió permiso para pasar toda la noche ante Jesús Sacramentado, porque quería pedirle consejo. Estuvo en la iglesia hasta el alba en continua y profunda oración, y, cuando se abrieron las puertas, salió plenamente decidido a consagrar toda su vida a la eterna salvación de los pequeños esclavos>>. Aquella noche memorable oyó claramente la voz de Dios. Don Blas Verri vendió toda su hacienda, puso el importe en manos de Olivieri y marchó con él a Egipto, en diciembre de 1857. Cuando Olivieri murió en Marsella en 1864, él continuó la santa y difícil obra de la redención de esclavos. Sería muy difícil contar cuánto le tocó sufrir, en sus continuos viajes y en medio de su extremada pobreza, para buscar socorros entre los fieles de toda Europa, colocar a aquellas pobres criaturas en diversas instituciones, mantener a sus expensas a muchas de ellas, soportar con calma su carácter salvaje y resistente a la caridad. Baste decir que redimió cerca de dos mil, negritos y negritas, cada uno de los cuales le costaba quinientas liras de rescate. Al llegar a Italia, iba muchas veces al Oratorio de Turín con sus moritos, donde se quedaron algunos y donde fueron mantenidos (**Es3.438**))
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