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Verdaderamente no era éste todavía el campo de
un apostolado suyo, que tan amplio se haría; pero
bien se le puede tener como el principio de una
misión que la Divina Providencia destinaba a él y
a sus hijos. En efecto, los muchachitos moros eran
siempre el objeto de sus aspiraciones, y, en los
sueños, como después diremos, se veía rodeado de
turbas de aquellos que le pedían la salvación
eterna. Y, como preludio de este feliz
advenimiento, en nuestros primeros hospicios y
especialmente en los de
Brasil, los hijos de los antiguos esclavos
africanos se sientan, sin distinción alguna, a la
misma mesa de los hijos del país; mientras que la
república de Liberia, en Africa, y la de Haití en
las Antillas, pedían a don Bosco misioneros
salesianos para sus muchachos, y obtenían la
respuesta de que no serían olvidados.
Aún diré más; en el Oratorio de Valdocco se
decidió continuar la obra de Olivieri. Este santo
apóstol, envejecido y agotadas sus fuerzas,
necesitaba un compañero que le ayudase en su
difícil misión, y don Blas Verri se sintió
inspirado a prestar su colaboración. Pero, antes
de decidirse, quiso consultar a Dios en la
oración, para conocer si era de El el deseo. Sin
más, partió de Milán y fue a pasar unos días con
don Bosco.
<((**It3.570**)) en la
piadosa obra de la redención de cautivos. Una
tarde me pidió permiso para pasar toda la noche
ante Jesús Sacramentado, porque quería pedirle
consejo. Estuvo en la iglesia hasta el alba en
continua y profunda oración, y, cuando se abrieron
las puertas, salió plenamente decidido a consagrar
toda su vida a la eterna salvación de los pequeños
esclavos>>.
Aquella noche memorable oyó claramente la voz
de Dios. Don Blas Verri vendió toda su hacienda,
puso el importe en manos de Olivieri y marchó con
él a Egipto, en diciembre de 1857. Cuando Olivieri
murió en Marsella en 1864, él continuó la santa y
difícil obra de la redención de esclavos. Sería
muy difícil contar cuánto le tocó sufrir, en sus
continuos viajes y en medio de su extremada
pobreza, para buscar socorros entre los fieles de
toda Europa, colocar a aquellas pobres criaturas
en diversas
instituciones, mantener a sus expensas a muchas de
ellas, soportar con calma su carácter salvaje y
resistente a la caridad. Baste decir que redimió
cerca de dos mil, negritos y negritas, cada uno de
los cuales le costaba quinientas liras de rescate.
Al llegar a Italia, iba muchas veces al Oratorio
de Turín con sus moritos, donde se quedaron
algunos y donde fueron mantenidos
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