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que se le añadiese un Oratorio para recoger a los
muchachos durante la cuaresma y en los días
festivos, y destinaba un legado para este fin.
Cuando se abrió el Oratorio de Santa Julia, viendo
don Bosco que bastaba uno para las necesidades de
la zona y no queriendo que el suyo apareciera como
una especie de competencia con el de la parroquia,
cerró el antiguo del Angel Custodio a finales de
1866, y pasó los sacerdotes y clérigos de allí al
Oratorio de San José ((**It3.568**)) en el
barrio de San Salvario, donde
parecía se necesitaban más.
Después de estos breves trazos del tercer
Oratorio de don Bosco en Turín, no queremos pasar
por alto una preciosa amistad que contrajo en 1849
y que mantuvo vivo en él su pensamiento de
evangelizar a los pueblos infieles, especialmente
a los niños de Africa.
En venerable Siervo de Dios Nicolás Juan
Bautista Olivieri de Voltaggio (Liguria),
compadecido por la mísera suerte de los pobres
niños de Africa, víctimas del yugo de inhumanos
patronos, y movido aún más por el infelicísimo
estado de sus almas, había consagrado toda su vida
y su fortuna a la redención de los negritos. En
mayo de 1849 desembarcó en Génova con cierto
número de esclavitos comprados y, como había
gastado para ello todos sus recursos, se disponía
a recorrer toda Italia y Francia en busca de
limosnas para continuar su piadosa obra. Llegó a
Milán con sus negritos, buscó alguien que le
acompañara a pedir: y se le ofreció gustoso y
empezó a ayudarle en aquella obra de redención un
sacerdote joven y santo, don Blas Verri, y
consiguió abundantes limosnas.
Pero Verri había contraído amistad con don
Bosco aquel mismo año. Admiraba su santa vida y,
de vez en cuando, iba a Turín para pasar algún día
en el Oratorio de San Francisco de Sales. Puso,
pues, en relación a Olivieri con don Bosco, el
cual, llevado de su celo, quería abrazar al mundo
entero para convertirlo a la fe. En efecto, el 29
de octubre de 1849, aceptó en el Oratorio al
negrito Alejandro Bachit. Con los años aún aceptó
otros muchachos negros del padre Olivieri,
comprados en los mercados de Alejandría ((**It3.569**)) de
Egipto. Logró hacerlos buenos cristianos, con
incalculable paciencia y muestras de cariño
paternal, que de intento les prodigaba, por
conocer profundamente la nostalgia que padecían
aquellos pobres infelices.
Así lo atestiguan don Miguel Rúa y don Félix
Reviglio. También se industrió para recomendar las
negritas a algún instituto de religiosas, e hizo
recoger a algunas en casas donde sabía que
vivirían santamente como hijas queridas, todos los
días de su vida.
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