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Echamos suertes y grité a los contrarios:
-Os desafío.
Al principio estaba el juego un poco
desanimado; después se empeñaron mis contrarios en
hacerme prisionero, pero no lo consiguieron ni una
vez. Una columna, un columpio, un grupo de
muchachos me amparaban para volver a mi puesto.
Entonces se animó muchísimo el juego. El que no
jugaba hacía de espectador. Los aplausos se
sucedían.
-No corre mucho, decían refiriéndose a mí, pero
sabe correr a tiempo.
Al oscurecer, los de la pandilla se retiraron,
menos cuatro de los cabecillas. Los invité en la
portería e hice llevar vino. Me miraron fijos a la
cara y no quisieron beber. Cuando me dispuse a
volver a casa, ya era noche cerrada, se ofrecieron
a acompañarme. Acepté: durante el camino hablamos
de la importancia de ser buenos cristianos, sin
hacer la menor alusión a lo ocurrido. Al llegar a
la puerta de casa, me tomaron de la mano, la
besaron y me dijeron:
-íPerdone las descortesías de ((**It3.567**)) hoy!
Y se alejaron. íPobres muchachos! Son de buen
corazón, tienen inteligencia, pero están dañados
por la malicia de unos y la incuria de otros>>.
Estos disturbios, que eran raros, no impedían
que en aquel Oratorio, de ordinario marchara todo
normalmente; el fruto que se conseguía para las
almas no era en nada inferior al que se alcanzaba
en Valdocco y en Puerta Nueva. Don Miguel Rúa,
estudiante todavía, clérigo después y sacerdote,
iba allí para la asistencia, el catecismo, la
predicación y los demás oficios del sagrado
ministerio, y se vio siempre correspondido por los
muchachos con tal cordialidad y confianza que
aquellos años constituyeron uno de los recuerdos
más agradables de su vida. El y don José
Bongioanni fueron los últimos directores de aquel
centro.
El Oratorio del Angel Custodio continuó
felizmente en el mismo sitio y bajo la dirección
de don Bosco durante casi veinte años. El primero
de abril de 1858 renovó el alquiler directamente
con los propietarios para nueve años, esto es,
hasta el primero de abril de 1867, por seiscientas
cincuenta liras anuales.
En 1866 se erigió la nueva parroquia de Santa
Julia, edificada casi toda ella por obra de la
caritativa marquesa Julia Barolo, y el suburbio de
Vanchiglia, desgajado de la parroquia de la
Anunciación, quedó comprendido dentro de los
límites de Santa Julia. La benemérita y rica
señora, al fundar la parroquia, dejó en testamento
(**Es3.436**))
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