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que olvidó las muchas ((**It3.565**))
amonestaciones de don Bosco. La Asociación en masa
no tardó en irrumpir furibunda en el patio en
busca de aquel catequista, que, por fortuna, logró
esconderse. Al domingo siguiente, los superiores
cambiaron a los catequistas y clérigos asistentes,
por miedo a una represalia. El sacerdote que se
encargó de la dirección aquel domingo, dejó
escrito:
<>Cómo librarse de aquel enredo? No era el caso de
hacerles un reproche, porque ellos buscaban un
pretexto para armar camorra. Así que recurrí a una
estratagema: como ellos preguntaban en piamontés,
yo empecé a responder en italiano, a fin de que se
persuadieran de que yo no comprendía el dialecto.
Ellos, después de burlarse cuanto quisieron, se
callaron. Y cuando yo me disponía a razonar con
ellos y darles buenos consejos, de pronto sentí
olor a humo. Los que estaban detrás de mí, habían
puesto paja bajo mi sotana y prendido fuego. Di
rápidamente unos pasos y apagué las llamas con el
pie. Eran ellos ((**It3.566**)) un
centenar y había que tener paciencia. Continué mi
conversación a sangre fría, con los brazos
cruzados, cuando un niño de cuatro años, hermoso
como un ángel, se metió en medio del corro,
enviado quizá por su padre que estaba allí
presente, se me acercó y vi con gran maravilla de
mi parte que me sacaba primero de un bolsillo y
después del otro, dos hojas de papel arrebujado
que empezaban a arder.
-íA lo que parece, esta gente me quiere quemar
vivo!, pensé.
Me encomendé a la Virgen y les dije:
-Bueno, ya hemos hablado bastante. >>Queréis
echar una partida?
-íAhora el cura quiere jugar!, decíanse con
burla el uno al otro. - >>A qué juego?
-Al marro. Dividámonos en dos bandos.
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