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cometer excesos, fueron a avisar al cuartel de
caballería próximo. Acudieron varios soldados con
sus sables desenvainados, acompañados de cuatro
carabineros. Los barrabases pusieron pies en
polvorosa.
>>Y cuando supieron que yo había sido soldado
bersagliere, siempre dispuesto a defenderme ante
cualquier peligro, ya no venían a insultarnos de
cerca, sino que nos tiraban piedras desde lejos.
Con todo, aunque nos mostrábamos inaccesibles al
miedo y despreocupados de sus amenazas, al mismo
tiempo nos absteníamos de toda venganza o
represalia y no nos dábamos por ofendidos de sus
brutalidades. Así parte ((**It3.564**)) de
ellos empezó a calmarse; a venir después al
Oratorio y, por fin, se convirtieron en la
admiración de todos. Los que persistieron en sus
amenazas, acabaron unos en galeras, por delitos
cometidos, y dos fueron ahorcados en el cadalso de
Valdocco, cerca del Oratorio de San Francisco de
Sales. Don Bosco fue a consolarlos y confesarlos
en la cárcel>>.
Al teólogo Juan Vola le sucedió primero, el
sacerdote Grassino, el cual puso también todo el
celo posible para que prosperara el Oratorio, y
después el teólogo Roberto Murialdo. Este celoso y
piadoso sacerdote turinés, ayudado por su digno
primo el teólogo Leonardo y por los catequistas
que don Bosco les mandaba cada fiesta desde
Valdocco, continuó varios años en aquel difícil
cargo y, gracias a su consejo y a su acción,
siguió prosperando mucho aquel Centro. Asistían a
él ordinariamente cuatrocientos muchachos y, a
veces, más de quinientos; tanto que, poco después
hubo que agrandar la capilla.
La asociación, o cocca, de Vanchiglia, potente
todavía, cesó en su hostilidad contra el Oratorio
y hasta muchos de sus afiliados lo frecuentaban.
Pero los Directores debían tener mucha prudencia
al hablar y tratar con ellos.
Una exhortación pública para que se apartaran
de aquella banda abominable, hubiera llegado
infaliblemente a conocimiento de los cabecillas y
hubiera renovado los actos de violencia. Por otra
parte, había disminuido mucho su índole perversa,
merced a la influencia que ejercía el Oratorio;
pero siempre quedaba el espíritu de solidaridad,
que unía a los del barrio y en cualquier
circunstancia, podría llegar a ser peligroso.
Grandes y pequeños estaban tan unidos, que la
ofensa de uno de ellos, era ofensa de todos, y
estaban prontos a vengarla. Bien entendido que
todos andaban provistos de cuchillo y navaja.
Cierto domingo un muchacho de la Asociación
recibió un bofetón de un catequista,
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