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sus promesas, completó la obra. Algunos empezaron
a acercarse a los sacramentos, su ejemplo atrajo
poco a poco a los demás, y la mayor parte empezó a
querer al Oratorio, como atestiguó Felix Reviglio.
Entre los catequistas, que allí actuaban, hay que
contar al teólogo Juan Bautista Bertagna, hoy
arzobispo, que, cediendo a la invitación de don
Bosco, colaboró durante varios años. El joven
Miguel Rúa, estudiante todavía, fue allí varias
veces en sus principios, y quedó sorprendido de la
cantidad de muchachos grandes y pequeños.
El teólogo Carpano no duró mucho tiempo: en el
1853 era elegido capellán de San Pedro ad Víncula,
como sustituto del difunto señor Tesio. Le sucedió
su colaborador el teólogo Juan Vola. Y le enviaba
don Bosco como compañero, para enseñar catecismo y
dirigir los juegos de los muchachos, a José
Brosio, el bersagliere. Brosio dejó una relación
escrita de algunos sucesos ocurridos en aquellos
días, en estos términos:
<>Pero la pandilla de golfillos no podía ver
con buenos ojos aquel Oratorio, que diezmaba su
cocca. Todos los domingos se presentaban en el
Oratorio para baladronear, burlarse ((**It3.563**)) y hasta
repartir pescozones a los muchachos que acudían a
nuestras reuniones.
>>Un día aparecieron unos cuarenta, armados de
piedras, palos y navajas, dispuestos a asaltar el
Oratorio. El teólogo Vola agarró tal miedo que
temblaba como una hoja. Cuando yo vi que aquellos
barrabases estaban resueltos a darse de puñetazos,
pensé ponerme en guardia; porque íay, si uno de
ellos se hubiera percatado de que les teníamos
miedo!
>>Cerré la puerta del Oratorio, hice que el
teólogo Vola se pusiera al seguro en una
habitación, reuní a los muchachos mayores, les
entregué los fusiles de madera que servían para la
gimnasia y los dividí en escuadras, con orden de
que si los barrabases entraban en el patio,
estuvieran prontos a una señal mía, para atacar
por todas partes a la vez, y repartir garrotazos
sin compasión. Mientras tanto, hice que los más
pequeños, que lloraban de miedo, se escondieran en
la iglesia y monté guardia en la puerta de
entrada, por si cedía a los fuertes empujones con
que intentaban derribarla.
>>El portero de la casa del Oratorio y otras
personas que se encontraban en la calle, al oír
los planes voceados por los atrevidos de
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