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juegos y diversiones que tan buenos resultados
daban en los Oratorios de San Francisco de Sales y
de San Luis, de los que pasaba a ser considerado
como hermano.
Pero costó mucha paciencia y fatigas a los
destinados a este Oratorio; tanta, que sintieron
necesidad de invocar a menudo al Angel Custodio,
como se lo había recomendado don Bosco.
((**It3.561**)) El
antiguo barrio de Vanchiglia con su conjunto de
tugurios, cuyas paredes, cuarteadas y renegridas
por el tiempo, amenazaban derrumbarse a cada
instante, era como la ciudadela de los hombres
enemigos del orden, ávidos del robo, empujados por
un feroz instinto al mal, siempre dispuestos al
crimen. Allí estaban confinados el delito, la
miseria y el vicio. Allí había nacido, de allí se
ramificó, allí se hizo grande y temida la
Asociación de la juventud (Cocca) de la que ya
hemos hablado. Vanchiglia era un lugar donde nadie
se atrevía a poner el pie después de oscurecido.
Ni los guardias se atrevían a plantar cara a
aquellas apretadas filas de malhechores. Como en
un castillo donde se ha levantado el puente
levadizo, no se dejaba a nadie entrar de noche si
no pertenecía a una pandilla de la Asociación.
Los sacerdotes y los catequistas de don Bosco
ocuparon el puesto que se les había asignado. El
primer director fue el teólogo Carpano, trasladado
del Oratorio de San Luis, ya muy ampliado. Allí le
sucedió en el cargo el óptimo sacerdote Pedro
Ponte de Pancalieri, que lo dirigió con paternal
solicitud hasta 1851. Le ayudaba el abate Carlos
Morozzo, que fue después limosnero del Rey y
canónigo de la catedral, el sacerdote Ignacio
Demonte, el abogado Bellingeri, el teólogo Félix
Rossi y el abogado y sacerdote Berardi.
En tanto surgieron las primeras dificultades en
Vanchiglia por parte de los mismos muchachos
beneficiados, que correspondían con ingratitud,
insubordinación, insultos y amenazas contra la
misma persona del Sacerdote. Eran dignos hijos de
sus padres: indisciplinados y descorteses en los
recreos, siempre prontos a escapar; se imponían al
portero cuando la campanilla los invitaba a ir a
la iglesia, perturbaban, alborotaban el orden de
los que se había logrado llevar al sermón o al
catecismo, se burlaban de los avisos que se les
daban, parecían inútiles los cuidados de los que
buscaban su bien. Y sin embargo, la caridad debía
triunfar. En efecto, con ((**It3.562**))
amabilidad constante, con el disimulo de los
desaires recibidos, con oportunos regalos, con
nuevas diversiones, desayunos y meriendas, y
separando a los que parecían de mejor corazón, se
logró dominarlos. Don Bosco fue varias veces a
visitarlos, y con su palabra encantadora y
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