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reconocía quién era el agredido. Por eso don
Bosco, levantando la cabeza, siguió diciendo en
voz baja:
-íCómo! >>Y tú, Antonio, metido en este
((**It3.556**)) feo
oficio? >>Así cumples las promesas que me hiciste
hace pocos días... en aquel sitio... allí... junto
a San Agustín, de no robar nunca jamás?
El desgraciado, que reconoció a don Bosco con
aquellas palabras, quedó avergonzado y, con la
cabeza gacha, respondió:
-Tiene usted razón... pero, mire... la
necesidad... la vergüenza de volver a mi pueblo.
Por otra parte, yo no sabía que fuera usted. De
haberle reconocido, jamás le hubiera hecho esta
afrenta... le pido perdón.
-Esto no basta, mi querido Antonio; hay que
cambiar de vida. Estás abusando de la misericordia
de Dios y, si no te corriges pronto, temo que te
falte el tiempo.
-De veras, quiero cambiar de vida: se lo
prometo.
-Todavía no basta; hay que empezar enseguida y
confesarse, porque si murieras ahora mismo,
estarías perdido para siempre.
-Pues, sí; me confesaré.
->>Cuando?
-Ahora mismo, si quiere; pero no estoy
preparado.
-Yo te prepararé. Y tú promete al Señor no
ofenderle más.
Don Bosco tomó al joven de la mano, subió con
él al ribazo, se adentró un poco entre los
árboles, sentóse sobre una lindera cubierta de
hierba y le dijo:
-Arrodíllate aquí.
El joven se arrodilló junto a él y, conmovido
hasta las lágrimas, se confesó con todas las
señales de un verdadero dolor. Cuando concluyó,
don Bosco le dio una medalla de María Inmaculada,
el poco dinero que tenía en el bolsillo y lo llevó
consigo a Turín. Este joven había sido
encarcelado, por robar un reloj, y el padre lo
había echado de casa por la deshonra ocasionada a
la familia. Don Bosco, después de haberle inducido
a vivir honradamente, le buscó un empleo y siguió
viviendo siempre como un hombre de bien, buen
cristiano y virtuoso padre de familia.
((**It3.557**)) El 12
de octubre entraba don Bosco a Turín. Aquel mismo
día desembarcaban en Génova los restos mortales
del rey Carlos Alberto. Después de los solemnes
funerales en la catedral, fueron trasladados a la
basílica de Superga y enterrados en el panteón de
los reyes. Llegó todavía a tiempo para estampar su
firma en la instancia de los canónigos de la
Santísima Trinidad, la cual, firmada por más de
mil sacerdotes, era presentada, el 25 de octubre
de 1849, al Ministro
(**Es3.428**))
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