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cosas; principalmente que estéis dispuestos a
poneros en mis manos como este pañuelo.
Y así diciendo, sacó del bolsillo el mocador y
se puso a deshilacharlo ante sus ojos. Después
añadió:
-Sería necesario que pudiera hacer con vosotros
lo que me habéis visto hacer con este pañuelo;
esto es, querría veros obedientes del todo,
cualesquiera fuesen mis deseos.
Los muchachos prometieron, aceptaron cuanto les
había propuesto y se pusieron de acuerdo para las
clases.
Mientras tanto, fijaba don Bosco en las paredes
del Oratorio, por un lado y por otro, carteles con
esta inscripción:<>.
Deseaba él darse prisa, pero era sabedor de que
la ignorancia de sus
alumnos corría pareja con su buena voluntad;
consideró que, para gente ajena a cualquier
trabajo que no fuera el del taller, el dedicarse
al estudio era como encontrarse en un mundo nuevo,
y quiso que comenzaran poco a poco. Por tanto,
durante el mes de agosto de 1849, les asignó como
maestro de los primeros rudimentos de gramática
italiana al teólogo Chiaves, a cuya casa, junto a
San Agustín, iban todos los días. Pasado un mes de
prueba, que superaron felizmente, don Bosco en
persona, con admirable paciencia, empezó a darles
las primeras lecciones de latín.
Con su enseñanza continua, no sólo a las horas
establecidas, sino, a veces, hasta durante el
recreo y la comida, logró que aprendieran,
((**It3.551**)) en otro
mes, las cinco declinaciones, las cuatro
conjugaciones y que empezaran a traducir los
primeros ejercicios elementales. A mediados de
septiembre condujo a sus alumnos a la casa paterna
de I Becchi, para que pudieran descansar y
divertirse un poco. Desde Morialdo escribía la
siguiente carta al teólogo Borel, que asumía
siempre, en su ausencia, la
dirección del Oratorio de Valdocco.
Carísimo señor Teólogo:
Creo le gustará conocer algunos pormenores de
nuestro viaje.
Salimos de Turín en vapor a las seis de la
mañana y llegamos felizmente a Valdichiesa, donde
desembarcamos. Al llegar a los cortijos de los
Savi, presencié un triste espectáculo. El entierro
de un joven, muerto a manos de su hermano. Había
sucedido lo siguiente. A buenas y a malas, los dos
hermanos se habían repartido ya la herencia
paterna; no quedaba más que un poco de estiércol.
Las palabras
(**Es3.424**))
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