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cuatrocientos a quinientos muchachos de más de
ocho años, para alejarlos de los peligros y de la
disipación e instruirlos en las máximas del amor
cristiano. Y esto entreteniéndolos con agradables
y honestas diversiones, después de haber asistido
a los ritos y ejercicios de religiosa piedad,
dirigidos con ejemplar edificación por él,
pontífice y ministro, maestro y predicador, padre
y hermano, a la par. Les enseña, además, Historia
Sagrada y Eclesiástica, Catecismo y los elementos
de Aritmética. Les
ejercita en el sistema métrico decimal, y a los
que no saben, les enseña a leer y escribir. Y todo
para la educación moral y cívica. Sin olvidar la
educación física. Deja que en el patio, adosado al
Oratorio y cercado, se ejerciten en ejercicios
gimnásticos y se diviertan con los zancos o en el
columpio, con el tejuelo o con los bolos y
refuercen el vigor de sus cuerpos. El aliciente,
que atrae a aquella numerosa muchachada, no es el
premio de una estampita, el de una rifa, ni el de
una meriendilla; es su presencia siempre serena,
siempre atenta para propagar en las almas
juveniles la luz de la verdad y del amor
recíproco. Al pensar en los males que evita, los
vicios que previene, las virtudes que siembra, el
bien que fructifica, parece increíble que su obra
pueda encontrar impedimentos y contrariedades.
>>Que, >>por parte de quién?
>>Por parte de ésos, a quienes se les pueden
perdonar muchos defectos, pero no la ignorancia;
que debieran tener como parte nobilísima del
ministerio evangélico la educación; más aún, que
debieran estar agradecidos a don Bosco. Porque muy
lejos de apartar de las prácticas religiosas a los
muchachos, está entregado del todo a instruirles
en ellas, sobre todo aquéllos que, abandonados por
los padres, no aparecerían por la parroquia, o
yendo, podrían quedar muy lejos de la benéfica
influencia de los catequistas. La pobreza ((**It3.544**)) de
muchísimos chiquillos hace que sus almas parezcan
a los ojos del mundo menos preciosas, y por ello
algunos obreros evangélicos no se muestran tan
solícitos en fomentar entre ellos la piedad; y
menos aún en las grandes
ciudades, cuando se presentan con la ropa hecha
jirones. Por esto echa raíces entre ellos la mala
semilla del vicio y, mientras los tribunales
sentencian severos castigos contra los desórdenes
dañosos para la sociedad, se alimenta a los
malhechores dentro de los propios muros.
>>Desde hace siete años que empezó la obra de
don Bosco, la viene protegiendo Carlos Alberto con
sabiduría más que regia, previendo el bien inmenso
que puede reportar a la moralidad pública. Y,
tanto ha ido creciendo la afluencia juvenil, que
ha habido que dividirla
(**Es3.419**))
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