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Izaban la bandera pontificia, pero dejaban a los
jefes sectarios ponerse a salvo y organizar nuevas
conjuraciones. El general Oudinot enviaba
inmediatamente al Papa las llaves de Roma.
Pero, si esta noticia satisfizo a don Bosco,
llegó otra a Turín que le entristeció
profundamente, lo mismo que a ((**It3.539**)) sus
hijos. Agravado en Oporto por el peso de la
desgracia y el recrudecimiento de una antigua
enfermedad, expiraba Carlos Alberto el 28 de
julio, como un verdadero cristiano, confortado con
los auxilios de nuestra santa religión. Don Bosco
hizo rezar, como era su deber, por un soberano a
quien amaba mucho y que en repetidas ocasiones
había ayudado y protegido su institución. Su
dolor iba unido a la esperanza, ya que este Rey
había sido muy devoto de Nuestra Señora de la
Consolación y esta lleno de caridad para con los
pobres. Ante su féretro no hubo que sentir la
angustiosa duda de la suerte eterna de su alma.
Más aún, de vez en cuando, como un recuerdo
querido, acudía Carlos Alberto a la mente de don
Bosco. Muchos años después, nos exponía en pocas
palabras, solamente estábamos dos presentes, un
simpático sueño que le duró toda la noche.
<>Cómo está, don Bosco?
-Estoy muy bien y muy contento de haberme
encontrado con su Majestad.
-Si es así, >>quiere acompañarme a dar un
paseo?
-íDe mil amores!
-Pues vamos.
>>Y nos pusimos en camino hacia la ciudad. No
vestía el Rey ninguna insigna de su dignidad; iba
de blanco.
->>Qué dice usted de mí?, preguntó el Soberano.
>>Respondí:
-Sé que vuestra Majestad es un buen católico.
-Para usted soy todavía algo más: siempre me he
interesado por su obra, ya lo sabe. Siempre he
deseado ((**It3.540**)) verla
prosperar. Hubiera querido ayudarle mucho, mucho,
pero los acontecimientos no me lo permitieron.
-Si es así, Majestad, le haría una petición.
-Diga.
-Le pediría fuera prioste en la fiesta de San
Luis de este año en el Oratorio.
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