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Los años siguientes organizóse una comisión,
hicieron una colecta los muchachos internos y
externos y empezaron a comprar algún regalo para
ofrecérselo al amado padre. ((**It3.536**))
Después, al atardecer de la víspera de la fiesta
de San Juan Bautista, si caía en domingo, o si no,
el mismo día del Santo, se reunían todos delante
de la casita, con gran solemnidad, música y
entusiastas ovaciones.
Una comisión de los mayores subió en el 1850 a
la habitación de don Bosco y leyó la primera
composición para la entrega del regalo, como
demostración de su agradecimiento. Asomóse después
él al balcón y no resulta fácil describir el
regocijo de mil corazones sinceros y
encariñadísimos, de los que brotaban los más puros
y filiales sentimientos, que sólo la caridad puede
fomentar. Don Bosco les dirigió palabras de
agradecimiento y, a continuación, se cantó un
himno. La fiesta se repitió durante algunos años
con idéntico programa, mientras los alumnos
internos no dejaban de dedicarle una velada
sencilla en familia. Pero no pasó mucho tiempo,
hasta que esta fiesta adquirió unas proporciones
fantásticas, por el ornato, los regalos, la
lectura de
muchísimas composiciones y las cartas individuales
de agradecimiento, de promesas, de súplica, de
petición de consejos, todas henchidas de afecto,
cartas que don Bosco conservaba con cariño. Desde
1849 en adelante, cada año se cantaba un himno
nuevo, compuesto por un experto maestro.
A la fiesta del Padre, solía preceder o seguir
la de los hijos, esto es, la de San Luis Gonzaga.
Después de estas fiestas, se preparaba don
Bosco para ir al santuario de San Ignacio, a donde
lo llamaba irresistiblemente la voluntad de don
José Cafasso. El santo sacerdote, sucesor del
teólogo Guala, como administrador de aquel
Santuario y director de los ejercicios
espirituales, continuaba los planes que él mismo
había trazado para concluir el enorme trabajo del
camino para coches, terminado en su mayor parte,
aumentar el número de celdas en el local para los
ejercitantes, acabar el edificio por el lado de
levante, y renovar con piedras labradas la
grandiosa ((**It3.537**))
escalinata que conducía a la iglesia. En San
Ignacio, junto a don José Cafasso, don Bosco se
encontraba como en su casa. Meditaba para sí mismo
durante el retiro espiritual, confesaba a
muchos de los ejercitantes, y con su bienhechor y
maestro tomaba una determinación definitiva para
dar principio a la fundación de su Pía Sociedad.
De vuelta a Turín, dispuso que se dieran
durante el mes de julio, según costumbre, los
ejercicios espirituales para los alumnos internos
y externos. Sobre las colinas de Moncalieri, junto
a Santa
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