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y, acompañado por el teólogo Borel, fue a visitar
a Gioberti. Después de conversar sobre las
esperanzas que los buenos habían depositado en él
para la defensa que había querido hacer del
Papado, le rogó y suplicó que consolara al
Pontífice y ganase mérito y gloria ante Dios y
ante los católicos, aceptando el decreto de la
Sagrada Congregación del Indice y retractándose.
Gioberti, que era hombre de modales exquisitamente
amables, no se ofendió, pero declaró con un tono
de voz que no admitía réplica:
-Mi retractación consiste en no responder.
íBasta mi silencio!
Y así terminó el coloquio. Es don Miguel Rúa
quien atestigua el caritativo intento de don Bosco
y las palabras de Gioberti.
Mientras don Bosco lamentaba la obstinación de
aquel infeliz, tuvo la desagradable sorpresa de
descubrir que todas sus obras habían entrado en la
casa de Valdocco. El exseminarista C..., recibido
por él en el Oratorio, dueño de bastante dinero,
era un entusiasta de Gioberti, y había comprado
todos sus libros por ciento veinte liras. Fiel
cumplidor de las leyes de la Iglesia, don Bosco no
quiso que el joven guardara aquellos libros
prohibidos, y como por motivos muy graves, había
citado en la Historia Eclesiástica el nombre y
algún ((**It3.528**)) párrafo
de tal escritor, los suprimió en las siguientes
ediciones. Sucedió también que, algunos años
después, se celebraba una velada-academia en honor
de Santo Tomás, y el orador que pronunciaba el
discurso de introducción citó algunos pasajes de
Gioberti. Don Bosco, que presidía, al terminar la
velada, dijo aparte al orador:
-No se debe nombrar jamás a ciertos personajes,
ni apelar a su autoridad; porque así se despierta
entre los oyentes el deseo de leer sus libros y
ciertamente no recabarían ningún provecho de
ellos.
>>Dejaría alguna buena impresión en Gioberti la
admonición de don Bosco?
Después de algún tiempo, éste se fue de nuevo a
París y ya no tuvo un momento de paz. En sus
últimos días pasó noches agitadas con sueños
angustiosos, en los que veía extraños y pavorosos
personajes; parecíales oír sonidos confusos como
rugidos de tigres, o parecíale estrechar la mano
de un esqueleto. En sus cartas se advierte a cada
momento el pánico del Indice que le despedazaba el
alma. 1
Una apoplejía cortó su vida la noche del 25 al
26 de octubre de 1852.
Sobre su cama se encontró abierto el libro de
la Imitación de Cristo.
1 Pallavicino, Memorie II, 586-87. Massari,
Recuerdos y Epistolario II,III,IV.
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