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((**Es3.406**) fuerzas a la educación de los pobrecitos. No tardó en ser conocida la utilidad de esta estupenda institución, y otros sacerdotes humildes, sabios y santos, se unieron al fundador para propagar la idea: fundaron nuevas casas, reunieron junto a sí a chiquillos y jóvenes pobres y prepararon para la sociedad hombres mejores, liberándola de muchos otros que, encaminados por una vía equivocada, son de pocas esperanzas para el porvenir. >>íOh santa misión!; el sacerdote que la ejerce se corona con todo el esplendor de su condición e imita más de cerca a nuestro Redentor, que dio ejemplo, complaciéndose de estar en medio de los niños, y se lamentaba si alguno intentaba alejarlos de él. >>Son dignos de admiración por este motivo los nombres de los teólogos Vola, Borel, Carpano y don Pedro Ponte, los cuales, rodeados en los días festivos de centenares de esos muchachos, los educan religiosa y cívicamente en una pequeña casa de la Institución, cerca de la Casa Real del Valentino. >>Invitados a recoger de manos de estos buenos muchachos las ofrendas que espontáneamente quisieron tributar al desterrado ((**It3.525**)) Pontífice, hemos experimentado la más agradable de las impresiones y admirado el orden y la docilidad que demuestran aquellos muchachos en sus recreos a sus superiores. Complacido quedará ciertamente el Beatísimo Padre con su ofrenda, y su Bendición Apostólica, descendiendo sobre ellos, les hará crecer en virtud y sabiduría. >>Visiten los demócratas estos lugares, donde la piedad cristiana efectúa constantemente la REFORMA de la sociedad; vean a estos sacerdotes que renunciaron a todas las halagüeñas esperanzas de la vida, y que lo sacrifican todo para dar a la sociedad mejores ciudadanos, y aprendan que no son las palabras sino las obras las que sirven; y al ver lo difícil y paciente que es la misión del Educador del Pueblo, sepan aprovecharse>>. Hasta aquí Armonía de aquellos días. Mas si don Bosco había proporcionado una viva complacencia a Pío IX con la veneración de sus Oratorios a la Santa Sede, otro consuelo, y más grande, intentó proporcionarle un mes más tarde. El Santo Padre había conocido la necesidad de prohibir a los fieles la lectura de ciertos libros, escritos por sacerdotes de mucha fama entonces, pero que podían engañar a los lectores incautos. Por eso, la Sagrada Congregación del Indice, el día 30 de mayo de 1849, había prohibido El Jesuita Moderno de San Vicente Gioberti, el libro de las Cinco Llagas de la Iglesia y el otro de la Constitución según la justicia (**Es3.406**))
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