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fuerzas a la educación de los pobrecitos. No tardó
en ser conocida la utilidad de esta estupenda
institución, y otros sacerdotes humildes, sabios y
santos, se unieron al fundador para propagar la
idea: fundaron nuevas casas, reunieron junto a sí
a chiquillos y jóvenes pobres y prepararon para la
sociedad hombres mejores, liberándola de muchos
otros que, encaminados por una vía equivocada, son
de pocas esperanzas para el porvenir.
>>íOh santa misión!; el sacerdote que la ejerce
se corona con todo el esplendor de su condición e
imita más de cerca a nuestro Redentor, que dio
ejemplo, complaciéndose de estar en medio de los
niños, y se lamentaba si alguno intentaba
alejarlos de él.
>>Son dignos de admiración por este motivo los
nombres de los teólogos Vola, Borel, Carpano y don
Pedro Ponte, los cuales, rodeados en los días
festivos de centenares de esos muchachos, los
educan religiosa y cívicamente en una pequeña casa
de la Institución, cerca de la Casa Real del
Valentino.
>>Invitados a recoger de manos de estos buenos
muchachos las ofrendas que espontáneamente
quisieron tributar al desterrado ((**It3.525**))
Pontífice, hemos experimentado la más agradable de
las impresiones y admirado el orden y la docilidad
que demuestran aquellos muchachos en sus recreos a
sus superiores. Complacido quedará ciertamente el
Beatísimo Padre con su ofrenda, y su Bendición
Apostólica, descendiendo sobre ellos, les hará
crecer en virtud y sabiduría.
>>Visiten los demócratas estos lugares, donde
la piedad cristiana efectúa constantemente la
REFORMA de la sociedad; vean a estos sacerdotes
que renunciaron a todas las halagüeñas esperanzas
de la vida, y que lo sacrifican todo para dar a la
sociedad mejores ciudadanos, y aprendan que no son
las palabras sino las obras las que sirven; y al
ver lo difícil y paciente que es la misión del
Educador del Pueblo, sepan aprovecharse>>.
Hasta aquí Armonía de aquellos días.
Mas si don Bosco había proporcionado una viva
complacencia a Pío IX con la veneración de sus
Oratorios a la Santa Sede, otro consuelo, y más
grande, intentó proporcionarle un mes más tarde.
El Santo Padre había conocido la necesidad de
prohibir a los fieles la lectura de ciertos
libros, escritos por sacerdotes de mucha fama
entonces, pero que podían engañar a los lectores
incautos. Por eso, la Sagrada Congregación del
Indice, el día 30 de mayo de 1849, había prohibido
El Jesuita Moderno de San Vicente Gioberti, el
libro de las Cinco Llagas de la Iglesia y el otro
de la Constitución según la justicia
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