((**Es3.403**)
liras en monedas de plata, precisamente la
cantidad que don Bosco necesitaba, rogándole se
las entregara al buen siervo de Dios.
A partir de aquel día este bienhechor se
aficionó mucho a don Bosco y empezó a mandarle
semanalmente una cesta con bastante cantidad de
pan para sus muchachos, y continuó haciéndolo
varios años. Fue el mismo teólogo Borel quien nos
contó estos hechos y también Reviglio, que comió
de aquel pan.
Otra razón explicaba la docilidad de los
muchachos a don Bosco, la del buen ejemplo. El que
quiera ser sinceramente amado y obedecido por sus
superiores, obedezca antes a los que están sobre
él. Don Bosco era todo para el Papa; hablaba de él
frecuentemente y hacía rezar por él, que sufría en
Gaeta por los desmanes de la revolución en sus
Estados. Roma vivía en plena anarquía. Allí se
habían congregado las sectas más exaltadas de toda
Italia y los peores sectarios extranjeros,
herejes,
apóstatas, socialistas, animados por el odio más
fiero contra el catolicismo. Procedían de todas
partes, acometían a sacerdotes y a honrados
ciudadanos y robaban por su cuenta y la del
Gobierno. Se cometían asesinatos en las otras
provincias pontificias y se encerraba en la cárcel
a muchos obispos.
((**It3.521**)) El 20
de abril de 1849 renovaba Pío IX la llamada del 4
de diciembre de 1848 a las potencias europeas. Ya
España se había dirigido a Francia, Austria,
Portugal, Baviera y a los Estados Italianos para
buscar la manera de reponer al Papa en su trono.
Piamonte e Inglaterra rechazaron la invitación;
los demás la aceptaron. Luis Napoleón Bonaparte,
Presidente de la República Francesa, no hubiera
querido, pero le empujaban cuantos le rodeaban y,
no pudiendo él, con toda su diplomacia, impedir
que Austria acudiera en auxilio del Papa, quiso
tomar la delantera. Y así envió un cuerpo de
ejército, no para derrocar a la República Romana,
sino para ponerse de acuerdo con el gobierno
republicano, convocar un plebiscito popular,
ponerse al frente del
movimiento italiano para imponer condiciones y
leyes al Pontífice, salvando, al menos en parte,
la causa de los sectarios e implantar firmemente
en Roma un gobierno constitucional liberal, esto
es, una revolución moderada. Pero, para su mal,
los mazzinianos no comprendieron las intenciones
de Napoleón, aunque expuestas con claridad, y los
generales franceses eran demasiado leales para
seguir a ciegas aquellas insidias. El veinticinco
de abril desembarcaban en Civitavecchia quince mil
franceses, y el día treinta llegaba el general
Oudinot, con seis mil soldados, a Roma, y era
rechazado al primer asalto. La escuadra española
colocaba el veintiocho la bandera pontificia en el
fuerte de Torre Gregoriana,
(**Es3.403**))
<Anterior: 3. 402><Siguiente: 3. 404>