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sus esperanzas, y persuadido de la necesidad de
acabar la guerra, quiso facilitar a su pueblo una
paz lo más honrosa posible, y consumó su carrera
con un nuevo sacrificio. Aquella misma noche,
cercado de sus dos hijos Víctor Manuel y Fernando,
y de sus ayudantes de campo, abdicaba la corona en
favor de su primogénito, que tomaba el nombre de
Víctor Manuel II. Después de esto, abrazó a todos
los presentes, agradecióles los servicios
prestados a él y al Estado y, después de
medianoche, partió de Novara, acompañado solamente
por dos criados. Pocos días más tarde se supo que
había llegado a Oporto, ciudad marítima de
Portugal, por él elegida para su destierro
voluntario.
Bérgamo y Como, que se habían armado y
empezaban a moverse, al enterarse del desastre de
Novara, se entendieron con capitanes alemanes;
pero Brescia, engañada por falsas noticias de
victorias piamontesas, alzóse en armas contra la
guarnición austríaca y, tras ocho días de heroica
resistencia, hubo de rendirse.
En tanto, el nuevo Rey ajustaba el mismo día
veintiséis una tregua con Radestzki y se obligaba,
entre otras condiciones, a firmar la paz, retirar
sus tropas de las provincias de Módena, Piacenza y
algunas zonas de Toscana, y trasladar la flota del
Adriático. Los fogosos artículos ((**It3.517**)) de los
periódicos, pretendiendo se continuara la guerra,
las diatribas violentas e insensatas del
Parlamento contra el armisticio, el griterío del
populacho que recorría las calles maldiciendo a
los traidores, el pánico y el dolor que invadían
las casas de los pacíficos ciudadanos, no podían
ser más desoladores si los alemanes hubieran
estado a las puertas de la capital. Por la noche
llegaba Víctor Manuel a Turín y el veintinueve
publicaba su primera proclama al pueblo,
anunciando su subida al trono, mas sin seguir la
antigua costumbre de comenzar el nuevo reinado
invocando el auxilio del Señor. El veintinueve
juraba el Estatuto, disolvía el Parlamento y
convocaba nuevas elecciones.
Con el primero de abril llegaba a Turín una
nueva ocasión de desconcierto. En Génova, agitada
por el partido republicano con la mentira de que
el Piamonte había sido cedido a Austria, estallaba
la revolución. A toda prisa llegaba desde
Lunigiana Alfonso Lamármora con ocho mil hombres y
la dominaba. No menos dolorosas para los liberales
eran las noticias que llegaban de otras partes de
Italia. Las milicias austríacas, cada vez más
envalentonadas, por los 140.000 rusos aliados que
invadían Hungría, haciendo inútil toda
resistencia, entraban en los ducados de Parma y
Módena y reponían en su puesto a los Duques. Y
avanzando sobre Toscana, donde el
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