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sagradas congregaciones de Cardenales y Prelados,
de las que se vale para estudiar y resolver los
asuntos de toda la cristiandad; proveer al
mantenimiento de todas sus Nunciaturas, que le
representan ante los Gobiernos del mundo para la
protección de los respectivos fieles, sus
súbditos; atender al envío y sostenimiento de
misioneros a las distintas partes de la tierra,
donde aún no se conoce al verdadero Dios, ni se
participa de los beneficios de la divina redención
y de la civilización cristiana; resolver, en una
palabra, miles de necesidades, que sería el caso
de enumerar, aquí aún cuando estuviese fuera de
lugar.
El Papa Pío IX, constreñido a salir de Roma, y
privado de todos sus bienes, se encontró en la
imposibilidad de subvenir a todas estas
necesidades con grave daño de las almas.
El rey de Nápoles, Fernando II, le prestaba
ciertamente en Gaeta amplia y generosa
hospitalidad; pero aquel príncipe no hubiera
podido responder a todos los desembolsos
requeridos para el buen gobierno de la Iglesia
universal; ni parecía conveniente, por otra parte,
que el peso para el decoroso sostenimiento del
mismo Pontífice gravitase sobre un solo Estado.
Por esto, apenas se conoció esta situación,
primero los obispos franceses y después todos los
demás de la Iglesia Católica hicieron una llamada
a la caridad de los fieles, exhortándolos a que,
como ovejas amorosas ayudaran ((**It3.506**)) con sus
ofertas al Supremo Pastor. La fe y la piedad de
los fieles correspondieron enseguida a la llamada
de los prelados y, en poco tiempo, se suscitó en
todo orden de personas una noble porfía en favor
del Papa. Uniéronse a Francia, España, Bélgica,
Alemania y, a continuación, las Américas, India,
China y otras remotísimas partes del orbe
católico. En todas las iglesias de Holanda y hasta
en Amsterdam, por iniciativa de un ministro
protestante, se hacían colectas. Así empezó la
obra llamada Obolo de San Pedro, en estos últimos
tiempos. Esta obra, al par que suministra al Sumo
Pontífice los medios oportunos para mantener
relación con todos los pueblos del mundo, hacer
sentir la influencia benéfica de su alto
apostolado hasta los últimos confines de la tierra
y socorrer las inmensas necesidades espirituales y
materiales de toda la familia católica, es, a su
vez, una espléndida manifestación de fe y de amor
a la sede de San Pedro.
unidad, seguida de nueve ceros), mientras que, en
español equivales a un millón de millones (la
unidad, seguida de doce ceros).
2.§ Que en 1902 se calculaba en 1.523.000.000,
el número de habitantes del globo; y hoy alcanzan
a 4.3000.000.000. (N. del T.)
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