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Era tan grande mi persuasión de su
extraordinaria bondad, que me parecía lo más
natural que él obrase verdaderos milagros: ya que
es habitual providencia divina conceder ese don a
los grandes siervos de Dios. El oír contar alguno
de ellos sobre él no me hubiera, por tanto,
causado ninguna maravilla, ni aún cuando se
tratara de algo frecuente.
<>. Y
después de haber narrado un hecho sorprendente de
don Bosco del que nos ocuparemos muy pronto,
continúa: <((**It3.503**))
Apoyándose en estos mismos motivos, monseñor
Spínola, actual
arzobispo de Sevilla, publicaba el opúsculo Don
Bosco y su obra y no dudaba en admitir las
circunstancias de la muerte y el despertar del
joven Carlos.
Pero lo que más nos importa a nosotros son las
conversiones y confesiones sinceras, sin número,
que don Bosco alcanzó con este su relato, y fueron
portentos morales, cada uno de los cuales vale por
el que hemos expuesto. La eficacia de la palabra,
que Dios le había concedido, se manifestó en
tantas ocasiones que su vida entera se convierte
en un himno continuo a la omnipotencia,
providencia y misericordia divinas. Monseñor
Cagliero, testigo de las muchas maravillas
diarias, añadía:
-El mayor milagro de don Bosco es para mí el
haber luchado durante
casi cincuenta años, para conducir a feliz término
una navegación procelosa entre continuos escollos
y borrascas, que amenazaban sumergir la obra de
los Oratorios y la Congregación de San Francisco
de Sales.
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