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memorias estaba presente. Los salesianos se
miraban de reojo con mirada de inteligencia, y los
muchachos lo contemplaban estáticos. Cuando
terminó, atravesó las filas camino de su
habitación y, mientras todos se agolpaban en su
derredor, se traslucía en su mirada y sus palabras
la total inconsciencia de los ocurrido, mas nadie
osó decirle una palabra referente al caso, por no
ofender su humildad. Finalmente, lo que más empeño
tengo en referir es el testimonio de una persona
competente.
((**It3.501**)) Roma,
calle de Ripetta, 24
24 de febrero de 1981
Rev. Sr. D. Juan Bautista Lemoyne,
Leo en un periódico que anda usted buscando
datos y apuntes para
escribir una biografía del llorado don Juan Bosco,
cuyo proceso canónico para introducir la causa de
beatificación, cuando llegue el momento, se ha
comenzado; y veo que también acepta y agradece
notas para este fin, que no tengan mucha
extensión. Me apresuro, pues, a contribuir con mi
piedrecita a ese edificio.
He tratado muchas veces con aquel hombre
venerando en Turín, en Génova, en Florencia, y en
ocasiones por largo rato, los dos solos y en
intimidad. La impresión que me hacía al empezar la
conversación era la de un hombre de no gran
altura, sino sencillo y bueno. Pero bastaban pocas
palabras para que se agrandara este primer
concepto y, al oírlo razonar, brillaba ante mí
como un hombre de talento privilegiado, de
admirable prudencia y de rectísimas y santas
intenciones. Su hablar llano y sin afectación me
parecía tan apropiado y de tal categoría, que se
hubiera podido, con éxito, imprimirlo tal y como
salía naturalmente de sus labios. No sé de ninguna
persona en el mundo que, hablando conmigo, me haya
causado mayor admiración. Me parecía hablar con un
santo...
Le he tenido y lo sigo teniendo por un hombre
extraordinario y lleno de la divina gracia. Este
concepto sobre él nacía de la consideración de su
vida, de su comportamiento y de sus empresas. Me
edificaba grandemente la caridad y el ((**It3.502**)) celo
sincero, eficaz y fecundo que desplegaba en favor
de los muchachos de la plebe y los chicuelos de
toda clase, para apartarlos del vicio, ampararlos,
instruirlos, educarlos y, sobre todo, ganarlos
para Jesucristo. Veía en todo esto algo muy
conforme con el
espíritu de Jesucristo y muy distante de toda
inclinación humana: era el charitas Christi urget
nos en todo su esplendor
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