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una tía rezando junto al difunto. El cadáver, ya
amortajado, estaba, como entonces se usaba,
envuelto y cosido en una sábana y cubierto con un
velo. Junto a la cama ardía un cirio.
Se acercó don Bosco. Y pensaba: <<íQuién sabe
si habrá hecho bien su última confesión! >>Quién
sabe la suerte que habrá tocado a su almas?>>.
Dirigiéndose al que le había acompañado, le dijo:
-Retírense, déjenme solo.
Hizo una breve y fervorosa oración. Bendijo y
llamó dos veces al joven, con tono imperativo:
-Carlos, Carlos, levántate.
A aquella voz, el muerto empezó a moverse. Don
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escondió enseguida la luz, y de un tirón descosió
con ambas manos la sábana, para que el muchacho
pudiera moverse y le descubrió el rostro.
El, como si despertara de un profundo sueño,
abre los ojos, mira en torno, se incorpora un poco
y dice:
-íOh!, >>por qué me encuentro así?
Después se vuelve, fija su mirada en don Bosco
y, apenas lo reconoce, exclama:
-íOh, don Bosco! íSi usted supiera! íCuánto le
he esperado: le buscaba precisamente a usted...,
le necesito mucho. Es Dios quien lo ha mandado...
íQué bien ha hecho viniendo a despertarme!
Y don Bosco le respondió:
-Dime todo lo que quieras; estoy aquí para ti.
Y el jovencito prosiguió:
-íAh, don Bosco! Yo debería estar en el lugar
de perdición. La última vez que me confesé no me
atreví a manifestar un pecado cometido hace
algunas semanas... Fue un mal compañero que con
sus conversaciones... He tenido un sueño que me ha
espantado mucho. Soñé que me encontraba al borde
de un inmenso horno de cal y que huía de muchos
demonios que me perseguían y querían prederme: ya
estaban para abalanzarse sobre mí y echarme en
aquel fuego, cuando una señora se interpuso entre
mí y aquellas horribles fieras, diciendo:
íEsperad; aún no está juzgado! Después de un
momento de angustia, oí su voz que me llamaba y me
he despertado; ahora deseo confesarme.
Entre tanto la madre, espantada ante aquel
espectáculo y fuera de sí, a una señal de don
Bosco salió con la tía de la habitación y fue a
llamar a la familia. El pobre muchacho, animado a
no tener miedo de aquellos monstruos, comenzó
enseguida su confesión con señales de verdadero
arrepentimiento, y mientras don Bosco le absolvía,
volvía a entrar la madre con los demás de casa,
que de este modo
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