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caritativas, para ir después a la taberna a beber
y comer de gorra, riéndose de todos y
especialmente de los sacerdotes?
((**It3.494**)) >>-No,
respondió don Bosco, no hables así, querido
Brosio. Este hombre es sincero y leal; más aún,
añadiré que es trabajador y muy encariñado con su
familia; ha llegado a ese estado de indigencia
sólo por la mala fortuna.
>>- >>Y cómo puede saber usted todo eso?, le
pregunté.
>>Entonces don Bosco me tomó de la mano y
estrechándomela me miró fijo a la cara. Después,
como haciéndome una secreta confidencia, me dijo:
>>-Se lo he leído en el corazón.
>>-íBonita cosa! >>Entonces usted también ve
mis pecados?, le pregunté.
>>-íSí!, siento su olor, respondió sonriendo.
>>- Y en efecto, sentía verdaderamente el olor
de los pecados o, mejor dicho, leía en el corazón;
porque, si yo olvidaba decirle algo en confesión,
enseguida ponía ante mis ojos la cosa precisa, tal
y como era. >>Cómo podía hacerlo, si no estaba
leyendo en mi corazón? Porque yo vivía, al menos,
a media milla de distancia.
>>Y otra anécdota también referente a esto. Un
día había hecho yo una obra de caridad, pero me
había costado un gran sacrificio, cosa que nadie
sabía. Fui al Oratorio. Apenas me dio don Bosco,
vino a mi encuentro, me tomó de la mano, según su
costumbre, y, me dijo:
>>-íOh, qué cosa más linda te has preparado
para el paraíso con el sacrificio que acabas de
hacer!
>>-Y >>qué sacrificio he hecho yo?, le
pregunté.
>>Don Bosco entonces me explicó punto por punto
todo lo que yo había hecho en secreto. Y es que
don Bosco leía en el corazón y veía las cosas
desde lejos. Tuve de ello otra prueba.
>>Una tarde me encontré por Turín con aquel
hombre a quien don Bosco había dado las cuatro
perrillas. Me reconoció, me detuvo y me dijo que,
con aquellos céntimos había ido a comprar harina
de maíz y había hecho polenta de la que comieron
él y toda la familia hasta saciarse, así que,
aquel día ya no tuvieron ((**It3.495**)) hambre;
y que, después de haber recibido la bendición de
don Bosco, los asuntos de su casa iban mejorando
de día en día. Añadió que don Bosco era
verdaderamente un santo y que nunca se
olvidaría de él. Y repetía: en casa le llamamos el
cura del milagro de la polenta, porque con cuatro
perrillas de harina, al precio que se paga,
escasamente habría para dos personas y, en cambio,
comimos bien hasta siete.
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