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en Puerta Palacio, rodeado de gente del pueblo, y
empezó sus razonamientos sobre la necesidad de
escuchar la palabra de Dios. Estaban presentes
algunos descarados mozalbetes que no querían
escuchar y encima estorbaban a los otros. Don
Bosco les rogó que estuvieran quietos, pero en
vano. Un tal Botta alzó más la voz y dijo:
-No queremos oír sermones.
Entonces don Bosco respondió:
->>Y... si te quedaras ciego en este instante,
querrías escuchar la palabra de Dios?
-íHum! íMe gustaría ver quién es capaz de
dejarme ciego!
Y se volvió al compañero gritándole con rabia:
-íGranuja! >>Por qué escapas? >>Tienes miedo?
íVen aquí!
Y el compañero replicó:
-Pero si estoy a tu lado...
-Pues yo no te veo: ... pero... >>qué es
esto?... no veo nada...
Fue aquello un espanto general: todos se
pusieron a suplicar a don Bosco que restituyera la
vista a aquel desgraciado. El mismísimo Botta se
lo suplicaba:
-Don Bosco, ruegue por mí. Pido perdón.
Y se puso de rodillas llorando.
((**It3.492**)) Dijo
entonces don Bosco:
-Está bien; recita el acto de contrición;
nosotros rezaremos, pero promete, entre tanto, que
irás a confesarte, y el Señor te concederá de
nuevo la vista.
-Sí, sí, ahora mismo me confieso.
Y quería confesarse allí mismo. Entonces don
Bosco rezó una oración junto con los
circunstantes. Y el muchacho hizo que, al caer de
la tarde, le acompañaran a confesarse.
Al acabar, recobró la vista.
Don Bosco era famoso por sus bendiciones a los
que sufrían dolor de muelas. Un día, atravesaba la
plaza de Manuel Filiberto, junto a la plaza de
Milán, en dirección a la ciudad. Unos muchachos
acompañaban a un amigo suyo, atormentado por un
fuerte dolor de muelas, que gritaba fuera de sí y
blasfemaba horriblemente. Los compañeros, al ver a
don Bosco desde lejos, le dijeron:
-Mira, mira; don Bosco viene por allí hacia
nosotros; encomiéndate a él; dile que te dé su
bendición.
Pero el otro, cada vez más rabioso, renegaba
también contra don Bosco y sus bendiciones. En
tanto, llegó don Bosco a ellos; pero el pobrecito
no quería escuchar las palabras que el buen
sacerdote se
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