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de que en un café tan nombrado no tuvieran un
periódico de tanta categoría, y así continuaba
durante semanas enteras, hasta que el dueño se
suscribía a aquel periódico, para contentar a los
clientes. Al cabo de uno o dos meses, empezaba a
frecuentar otro café y hacía el mismo jego, hasta
asegurarse de que también allí se habían abonado
al buen periódico por todo un año. De este modo
introdujo periódicos católicos en la mayor parte
de los cafés, los cuales, como encontraban siempre
lectores que lo pedían, continuaron colocándolos
sobre las mesas. Así que, gracias a este ardid, no
pasó mucho tiempo sin que tuvieran fácil entrada
en los sitios donde acudía el público, en las
casas de huéspedes y hasta en los comercios; y fue
un beneficio incalculable para Turín, donde la
prensa masónica y revolucionaria había plantado
sus tiendas.
Sin embargo, don Bosco, fuera del caso en que
era conveniente tener conocimientos de algún hecho
notable, se abstenía de leer periódicos y
aconsejaba a sus sacerdotes y clérigos que
hicieran otro tanto, diciéndoles: <((**It3.489**)) inclina
el espíritu hacia muchas cosas inútiles y para
algunas dañosas, y enciende las pasiones
políticas>>. Y recordaba también el consejo de don
José Cafasso a los sacerdotes de la Residencia
Sacerdotal: <(**Es3.380**))
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