((**Es3.376**)
P.S. Se ruega a los accionistas de la ciudad
envién el boletín firmado a la Dirección, con sede
en la tipografía editora del periódico. Los de
provincias, por correo.
((**It3.483**)) La
circular no dio el resultado apetecido por los
miembros de la Dirección, porque muchos católicos
aún no estaban convencidos de la necesidad
permanente de buenos periódicos. Pero don Bosco no
se desalentó; no faltaban lectores, que pasaban
del millar; mas faltaba capital, y empezó a cundir
el desaliento entre los colaboradores, que iban
negando su actuación y se retiraban. El Amigo de
la Juventud había llegado a su número sesenta y
uno y éste debía ser el último. Después de algo
más de ocho meses de vida propia, fructuosa e
independiente, el buen periodiquito se fundió con
El Instructor del Pueblo, otro periódico lleno de
buenas intenciones y con lectores. Había empezado
en febrero de 1849; lo dirigía un tal De Vivaldi,
y contaba entre sus escritores al teólogo José
Berizzi. El Instructor aceptó entre sus abonados a
los de El Amigo de la Juventud. Don Bosco atendió
todavía cuatro o cinco meses más a la compilación
de este segundo diario, porque estaba muy
interesado en que se conservase el buen espíritu y
sustituyera dignamente entre los jóvenes a El
Amigo de la Juventud. Le movía además su empeño de
mantener la autoridad del Papa, mientras el
Pontífice permaneciese en Gaeta y cesó en cuanto
Pío IX fue repuesto en el solio pontificio por los
franceses. Su retirada fue una desgracia para El
Instructor, porque éste, después de cambiar de
sede y de director, cayó en manos de escritores
liberales.
Don Bosco, amaestrado con las peripecias que
encontró en la dirección de este periódico,
comprendió enseguida que la Divina Providencia no
le había destinado para ejercer constantemente el
oficio de periodista. Se percató de que éste podía
frenar otras ocupaciones, porque era necesario
dedicar mucho tiempo a la lectura y al estudio en
materias tan dispares, como economía política,
derecho público y apología católica. Cayó en la
cuenta, además, de que en aquellos tiempos, era
imprescindible que el
periodista católico, si no quería seguir las
máximas dominantes del momento, debía estar
dispuesto a ((**It3.484**)) las
posibilidades de ser llevado a los tribunales,
condenado a pagar serias multas y hasta a ser
recluido en la cárcel. Don Bosco no quería, de
ningún modo, ser partícipe del error y no podía
arriesgarse a un peligro que hubiera comprometido
su misión primordial.
En efecto, el Smascheratore (Desenmascarador),
que sucedió al
(**Es3.376**))
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