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hoy se levanta la iglesia de María Auxiliadora,
como un centinela, para impedir la vuelta de los
enemigos. Y era de ver cómo muchos de aquellos
golfillos se le acercaban poco a poco y escuchaban
con gran atención y complacencia lo que él
empezaba a decirles con toda amabilidad.
Toda aquella patulea de muchachos era
ciertamente incitada a las ofensas por lo que oían
repetir a los mayores en la calle y en su casa; y
posiblemente también por la maldad de los
emisarios protestantes. Pero los que no cesaban de
atizar estos odios eran los periódicos
anticristianos que aplastaban toda autoridad
divina y humana. Sus furiosas y seductoras
diatribas contra la Iglesia, el culto católico y
las órdenes religiosas eran cosa de cada día. Las
publicaciones humorísticas estaban plagadas de
caricaturas sacrílegas. Los bandoleros de la pluma
no respetaban ni el secreto personal, ni el
santuario doméstico, ni las opiniones más
sensatas, ni el honor más limpio; para ellos no
había nada santo y venerando ((**It3.478**)) que no
fuera arrastrado por el fango y expuesto con vil
maledicencia al ludibrio de las multitudes. Para
indisponer a la opinión pública contra monseñor
Fransoni, continuaban publicando contra él, que se
encontraba lejos, infames patrañas y aseguraban
que se valía de los tesoros de su Iglesia para
ayudar a los enemigos del Rey. Tampoco don Bosco
se libró de los malvados artículos de la Gazzeta
del Popolo y del Fischietto, que solían llamarle
en burla el Santo, el Taumaturgo de Valdocco; y
daban a entender con estos títulos el concepto en
que le tenía la mejor parte del pueblo.
Los obispos habían presentado al Ministerio una
elocuente protesta contra la licencia de prensa y
los insultos que se prodigaban a cosas y personas
religiosas, a la fe y a la moral. Pero los
ministros no se dieron por enterados y los mismo
en el Senado que en la Cámara el anuncio y la
lectura de la protesta fue acogida con bostezos,
murmullos y sonrisas. Así habían sido burladas
otras instancias de los obispos que invocaban el
Estatuto y las leyes vigentes.
>>Qué armas quedaban para luchar contra una
avalancha de tantos males? Oponer una prensa buena
a la prensa mala. Bien claro lo dijo más tarde
monseñor Katteler, arzobispo de Maguncia: que si
San Pablo viviese en nuestro tiempo, se haría
periodista. Y así habían comenzado a hacer los
generosos escritores de Armonía; pero muy pronto
resultaron desiguales estas armas. Los de la parte
contraria eran más numerosos, más audaces y
sostenidos por personas del Gobierno. Aparecieron
en aquel tiempo otros
periódicos católicos; pero pocos: el Conciliatore,
el Istruttore del Popolo, el Giornale
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