((**Es3.365**)((**It3.468**)) La
segunda cosa que no queremos omitir, es la
recomendación que hacía de no aventurar jamás, ni
predicando ni hablando en privado, las objeciones
de los impíos contra la fe, para combatirla;
cuando dichas objeciones no fueran universalmente
conocidas y sólo en el caso de estar obligados a
ello para mantener el honor de Dios. Basta afirmar
y probar que Dios ha enseñado o mandado una cosa,
y no turbar la sencillez de la fe de una alma.
En cierta ocasión contaba un sacerdote a don
Bosco, estando presentes algunos muchachos, el
atrevimiento de cierto escritor protestante que
llegó al extremo de inventar de pies a cabeza y
publicar una larga y loca historieta contra el
sacramento de la penitencia, que decía haber sido
instituido para sus fines por el Concilio IV
Lateranense: y daba los nombres y apellidos de los
falsos personajes que, según decía, habían
presentado, combatido y aprobado la propuesta. Don
Bosco escuchaba en silencio pero, cuando se
retiraron los muchachos dijo a ((**It3.469**)) aquel
sacerdote:
->>Ha pensado bien antes de hablar el efecto
que podrían causar sus palabras a los muchachos?
>>Se dio cuenta de lo atentos que estaban a su
narración?
-íYo hablé así para hacerles ver que la mentira
es el arma de los enemigos de la religión!
->>Y ha presentado usted pruebas? >>Y las
hubieran comprendido los muchachos? >>Y qué
necesidad había de narrar con tantos detalles, esa
patraña? Los disparates se entienden enseguida;
pero se requiere mucho ingenio, tiempo y ciencia,
para disipar las objeciones. A los jóvenes les
hace mucho daño hasta un principio de duda;
ciertas impresiones duran mucho tiempo y, en
ocasiones, arrastran a la ruina.
La escuela había tomado mayor incremento por el
hecho siguiente. En la Residencia Sacerdotal se
había infiltrado cierto mal espíritu. Los
sacerdotes jóvenes y los seminaristas se habían
entusiasmado con las novedades políticas y la
guerra contra Austria; a causa de la lectura de
ciertos libros y determinados periódicos habían
arraigado en la mente de muchos de ellos ideas,
que no eran del todo ortodoxas, respecto al poder
temporal y a las órdenes religiosas. En vano les
había inculcado don José Cafasso paternalmente se
mantuvieran ajenos a aquel movimiento, haciéndoles
ver los males que se estaban gestando contra la
Iglesia y la sociedad. Algunos, obstinados en sus
opiniones, se acaloraban cada día más en sus
discusiones y, tarareaban los himnos a Italia.
Don José Cafasso hubiera cortado por lo sano,
pero la prudencia,
(**Es3.365**))
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