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melosas de ningún género y bajo ningún pretexto.
La única palabra que debía abrirles el corazón era
la que expresara un verdadero deseo de salvación
del alma. ((**It3.467**)) Don
Bosco poseía un verdadero tesoro de estas palabras
y las sugería a sus voluntarios discípulos: lo
mismo que aquellos sentimientos breves e incisivos
como una saeta, con los que movía el corazón al
dolor.
En estas conferencias daba también normas sobre
la manera de predicar y enseñar el catecismo al
pueblo y a los muchachos. No queremos repetir lo
que él decía, pues ya hemos hablado de esto en
otro lugar. Con todo, añadiremos dos cosas. La
primera es que, según la costumbre, defendida por
toda la diócesis, él prefería entonces qeu se
predicara en dialecto piamontés, para que le
resultase fácil al auditorio entender la palabra
de Dios. Por esto, desde 1841 a 1850, lo mismo que
él que sus colaboradores no empleaban más que el
piamontés. Después, cuando aumentaron las clases y
acudieron muchachos de todas las partes de Italia
y aún de otras naciones, adoptó la lengua italiana
que se usaba en toda la península. Pero, en el
Oratorio, la mayor parte de las instrucciones de
la tarde, casi hasta 1865, siguieron dándose en
dialecto, sobre todo porque a los jóvenes les
resultaban agradables los chistes graciosos y los
refranes populares que tanto menudeaban. Don Bosco
quería que los muchachos entendieran y
aprendieran. En su Reglamento para los Oratorios
Festivos, entre los sabios avisos que da a los
oradores sagrados, insiste en la importancia de
exponer con mucha claridad las verdades eternas. 1
1 Temas para los sermones y pláticas. 1. Los
temas para los sermones y pláticas morales deben
ser elegidos y adaptados a la juventud y, por
cuanto se pueda, deben ir mezclados con ejemplos,
semejanzas y apólogos. 2. Tómense los ejemplos de
la Historia Sagrada, de la Historia Eclesiástica,
de los Santos Padres o de otros autores
acreditados. Pero evítense las anécdotas que
puedan suscitar el ridículo sobre las verdades de
la fe. Las comparaciones agradan mucho, pero es
necesario que sean de cosas conocidas o fáciles de
conocer por el auditorio, que estén bien
estudiadas y tengan una aplicación clara y
adaptada a los individuos. 3. Procúrese que los
ejemplos ((**It3.468**)) sirvan
sólo para confirmar las verdades de la fe que
deben ser probadas con anterioridad. Las
comparaciones, a su vez, serán sólo el medio para
aclarar una verdad probada o que se ha de probar.
Los sermones háganse en italiano, pero del modo
más sencillo y popular que fuere posible y, donde
sea necesario, empléese también el dialecto de la
provincia. No importa que asistan muchachos y
otros oyentes, que comprendan el italiano
elegante; el que comprende un discurso elegante
entiende el popular y también el piamontés. 4. Los
sermones no deberán pasar jamás de la media hora;
porque nuestro San Francisco de Sales dice que es
mejor que el predicador deje el deseo de ser oído
que no el aburrimiento. La juventud
particularmente necesita y desea escuchar, pero
hay que industriarse para que no quede cansada ni
aburrida. 5. Se ruega a todos los que se dignen
venir a este Oratorio para predicar la palabra de
Dios, sean lo más claros y populares posible;
hablen, pues, de modo que, en cualquier momento de
su discurso, sepan los oyentes qué virtud se está
inculcando o qué vicio se está censurando.
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