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Porque él, además de la ciencia, transfundía a sus
oyentes el fuego que ardía en su corazón por el
sacramento de la confesión; les animaba a trabajar
con todo empeño en la salvación de las almas; les
exhortaba a estar dispuestos a acudir al
confesionario a la primera llamada. Y, a veces, le
hemos oído decir: <>. Y él hacía lo que aconsejaba a
los demás, recordando las normas que don José
Cafasso acostumbraba dar a los sacerdotes:
->>Queréis que se frecuente la confesión en
vuestras iglesias? Haced dos cosas: 1.¦ Hablad de
ella con frecuencia desde el púlpito. 2.¦ Dad
comodidad a los fieles para confesarse. Si lo
hacéis así, estad seguros de que el pueblo
frecuentará este sacramento.
((**It3.466**)) Acudían
asiduamente a escucharle los teólogos Nasi,
Trivero, Carpano, Giordano, los dos Vola, los
sacerdotes Rademaker, Deamicis, Palazzolo,
Giacomelli y muchos otros. Asistía a veces el
teólogo colegiado Eugenio Galletti, más tarde
Obispo de Alba. Monseñor Solari, que estudió con
él la moral, nos aseguraba que gracias a un
maestro tal, llegó a aprenderla muy bien. Agregaba
que algunos de los mentados personajes, muy
versados en teología, asistían a aquellas clases,
porque don Bosco trataba siempre de un modo
especial los puntos relacionados con la juventud y
la manera de confesarlos con soltura y provecho.
Al exponer los casos de conciencia, enseñaba a
preguntar, a juzgar sobre la culpabilidad, a
quitar las ocasiones próximas, cerciorarse de sus
disposiciones, dar la instrucción necesaria a los
más rudos. Era una maravilla su manera de hacer
fácil y breve la confesión. Y al mismo tiempo,
enseñaba de mil modos la prudencia en el hablar.
No quería, por ejemplo, que el confesor
preguntase a un muchacho que se confesaba de haber
dicho blasfemias qué palabras injuriosas había
pronunciado contra el nombre de Dios, sino que más
bien se le preguntara:
->>Has dicho algo malo contra el Señor? Y esto
porque le causaba horror poner en labios del
sacerdote la misma frase blasfema.
Recomendaba además encarecidamente no se
hiciese odiosa y pesada la confesión con
impaciencias y riñas; porque entonces los
muchachos no se atreven a hablar y así se
amontonan sacrilegios sobre sacrilegios, sino
procurar, con mucha caridad, ganarse su confianza.
Insistir, sin embargo, en que se usara con ellos
una gran reserva en el trato; de ordinario, no
confesarlos en lugares apartados sin testigos; no
acercar nunca demasiado la persona; jamás caricias
(**Es3.363**))
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