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destierro, admirándole, consolándole, y
asegurándole que el clero y el pueblo estaban con
él; ofreciendo sus plegarias, pidiendo bendiciones
para él, consejo y aliento en tan grandes y tan
continuas luchas. El partido liberal y sectario
intentó reducirlos al silencio, amenazándoles así
desde el periódico Opinión:
<>.
Se precisaba todo el descaro calumniador de un
sectario para escribir aquellas frases que
descubrían una inminente persecución.
A estos motivos de honda pena para don Bosco,
se añadía otro. El seis de diciembre moría el
teólogo Guala, a la edad de setenta y tres años,
resignado a la voluntad de Dios y contento porque
dejaba su institución en manos de don José
Cafasso, nombrado hacía poco tiempo rector de la
iglesia de San Francisco de Asís. Se celebró un
solemnísimo funeral, al que asistieron más de
cuatrocientos sacerdotes revestidos de roquete; no
faltó don Bosco. En medio de un duelo general fue
llevado al cementerio y
sepultado en un terreno que él mismo había
comprado. Dejaba en testamento a don José Cafasso
heredero de todos sus bienes, que alcanzaban a
varios centenares de miles de liras; este capital,
unido a otras grandes sumas de dinero que le
entregaban muchas personas caritativas y
acaudaladas, le permitían poder socorrer con
largueza a los pobrecillos y a todas las obras de
caridad y de religión.
En tanto, la política seguida por el Gobierno
no ofrecía nada bueno a la Iglesia ni al Estado.
((**It3.461**)) EL
dieciséis de diciembre de 1848, Vicente Gioberti
era nombrado Presidente de Ministros, con la
cartera de Asuntos Exteriores. Con el deseo y la
necesidad de encontrar apoyo para la guerra que se
estaba preparando contra Austria, se dirigió a
París en busca de ayuda de la República Francesa.
Pero fue en vano. Esta negativa fue una de las
razones que aconsejaba al gobierno piamontés
acercarse de nuevo al Papa. Había que impedir a
Pío Nono que pidiese ayuda extranjera para
restaurar su gobierno y, al mismo tiempo, no
permitir que el movimiento republicano suplantara
a la monarquía. Mandó, por consiguiente,
embajadores a Gaeta invitando al Papa a volver a
Roma, escoltado y custodiado por las tropas
piamontesas, y a conservar el ministerio
democrático que allí se había formado y, si esto
no era posible, que se eligiera a su gusto una
ciudad de los Estados Sardos, donde fijar su
morada. Como el Papa no asintió a ello,
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