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y trasladó sus pobres enseres a la última de la
misma planta, hacia levante. De nada sirvió este
expediente: el endiablado ruido se trasladó a la
nueva habitación. Y don Bosco, en tanto,
enflaquecía y se resentía en su salud al no poder
dormir, ni descansar. Entraba, de cuando en
cuando, su madre por la noche en su habitación y
alzando los ojos gritaba: <<íFeas bestias, dejad
en paz a don Bosco, acabad de una vez!>>.
Un día, por fin, llamó a un albañil. Ordenóle
don Bosco que abriese un ancho boquete, junto a la
pared, en el cielo raso de su habitación, en forma
de claraboya, que pudiese prestar fácil acceso al
desván; acercó después una escalera, preparó lo
necesario para, al primer golpe que se oyera de
noche, subir con una luz, asomar la cabeza
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al desván e intentar descubrir qué había.
Y he aquí que se oyó el primer golpe a la hora
de costumbre. En menos que se dice, sube don
Bosco a la escalera, levanta con la izquierda la
tapa de madera y con la luz en la diestra se asoma
al desván: mira en derredor y...
Afligido entonces al reconocer evidentemente de
quien se trataba, tomó un cuadrito de la santísima
Virgen y lo clavó en la pared del desván rogándole
lo librara de aquella pertubación. íIdea feliz!
A partir de aquel momento ya no se volvió a oír
nada y el cuadrito quedó allí colgado hasta que se
deshizo la casa vieja y se construyó la actual.
Don Bosco, tranquilo, por así decir, bajo el manto
de María, ocupó durante seis años aquella pieza
que le servía, a la par, de salita de estudio y
recibidor. Sobre el dintel de la puerta quiso se
escribiera el saludo: <>,
a fin de que fuera leído y pronunciado con
devoción por quien se acercase a verle. Quería él
de este modo hacer un acto de desagravio por las
blasfemias que, desgraciadamente, se iban
repitiendo cada vez con más frecuencia por el
vulgo y que a él le horrorizaban, tan
profundamente que palidecía y temblaba al mismo
tiempo.
Parecía, en tanto, que allí se reonovaba lo que
narra el Evangelio cuando Jesús ayunó cuarenta
días. Al retirarse vencido el demonio, los
ángeles se acercaron.
El aposento ocupado por don Bosco siempre fue
tenido por los muchachos como un recinto
misterioso de las más bellas virtudes, como un
santuario donde la Virgen se complacía en darle a
conocer su voluntad, como un vestíbulo de
comunicación entre el Oratorio y las regiones
celestiales. Mamá Margarita pensaba lo mismo.
Ella había transportado su cama a la ((**It3.31**))
habitación más(**Es3.35**))
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