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((**Es3.348**) púlpito le sucedió a don Juan Cagliero, mientras predicaba el panegírico de la Virgen ante una ((**It3.446**)) compacta y atenta multitud que, de pronto, fallaron las tablas bajo sus pies y se hundió y desapareción de la vista de los oyentes, con gran hilaridad de todos. Como era muy estrecha la capilla, los músicos y los cantores estaban con el pueblo, al aire libre. A veces ponía fin a la fiesta con fuegos artificiales o con una función de teatro. Cuando se acercaba don Bosco a la parroquia de Castelnuovo eran muchísimos los que acudían a pedirle consejos o dirección. Después iban todos atraídos por el deseo de asistir a su misa y oírle predicar, dada la estima en que lo tenían por su ejemplaridad y su buen decir. Cien veces nos contó todo esto el teólogo Cinzano, de quien cabe recordar, entre sus muchas atenciones con don Bosco y sus muchachos, la de invitarlos amablemente a comer un día de la novena en su casa, hasta cuando llegaron a ser un centenar. Allá iban con la banda de música, todo el aparato treatal, cohetes y globos aerostáticos. Y, formados en derredor de un gran caldero de polenta, entre aplausos y al son de los instrumentos musicales, comían alegremente. No hace falta decir que el pan, el vino, la carne y la fruta abundaban a gusto y medida de cada cual. El buen párroco se sentía feliz y agradecido a aquellas visitas por él tan queridas. El convite se repitió cada año hasta 1870, el último de su vida. Don Bosco volvía a Turín pocos días después de la fiesta del Rosario. Para dar gusto a su madre y a su hermano José, llevóse consigo a su sobrinito Francisco, de cerca de ocho años, para darle una educación e instrucción correspondiente al estado de su familia. Aunque José compensaba en gran parte la pensión con los muchos servicios que siempre prestó al Oratorio, con todo don Bosco deseaba que el sobrino fuera tratado como los demás alumnos ((**It3.447**)) del internado y que hiciese la misma vida que ellos. Aborrecía las preferencias, que tantas envidias provocan. Pero hubo de renunciar a esta idea para no contristar demasiado el sensibilísimo corazón de su madre, la cual quiso que el sobrino comiera en la misma mesa del tío. Con todo, aseguraba don Juan Giacomelli que frecuentemente advirtió cómo don Bosco aguantaba de mala gana aquella preferencia. Mostraba a sus parientes los más vivos sentimientos de afecto, pero quería obrar de acuerdo con los movimientos de la gracia y no según los de la naturaleza. Mientras tanto, el cuadro de octubre se había publicado una nueva ley sobre la instrucción pública, que anulaba el reglamento escolástico (**Es3.348**))
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