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púlpito le sucedió a don Juan Cagliero, mientras
predicaba el panegírico de la Virgen ante una
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compacta y atenta multitud que, de pronto,
fallaron las tablas bajo sus pies y se hundió y
desapareción de la vista de los oyentes, con gran
hilaridad de todos. Como era muy estrecha la
capilla, los músicos y los cantores estaban con el
pueblo, al aire libre. A veces ponía fin a la
fiesta con fuegos artificiales o con una función
de teatro.
Cuando se acercaba don Bosco a la parroquia de
Castelnuovo eran muchísimos los que acudían a
pedirle consejos o dirección. Después iban todos
atraídos por el deseo de asistir a su misa y oírle
predicar, dada la estima en que lo tenían por su
ejemplaridad y su buen decir.
Cien veces nos contó todo esto el teólogo
Cinzano, de quien cabe recordar, entre sus muchas
atenciones con don Bosco y sus muchachos, la de
invitarlos amablemente a comer un día de la novena
en su casa, hasta cuando llegaron a ser un
centenar. Allá iban con la banda de música, todo
el aparato treatal, cohetes y globos aerostáticos.
Y, formados en derredor de un gran caldero de
polenta, entre aplausos y al son de los
instrumentos musicales, comían alegremente. No
hace falta decir que el pan, el vino, la carne y
la fruta abundaban a gusto y medida de cada cual.
El buen párroco se sentía feliz y agradecido a
aquellas visitas por él tan queridas. El convite
se repitió cada año hasta 1870, el último de su
vida.
Don Bosco volvía a Turín pocos días después de
la fiesta del Rosario. Para dar gusto a su madre y
a su hermano José, llevóse consigo a su sobrinito
Francisco, de cerca de ocho años, para darle una
educación e instrucción correspondiente al estado
de su familia. Aunque José compensaba en gran
parte la pensión con los muchos servicios que
siempre prestó al Oratorio, con todo don Bosco
deseaba que el sobrino fuera tratado como los
demás alumnos ((**It3.447**)) del
internado y que hiciese la misma vida que ellos.
Aborrecía las preferencias, que tantas envidias
provocan. Pero hubo de renunciar a esta idea para
no contristar demasiado el sensibilísimo corazón
de su madre, la cual quiso que el sobrino comiera
en la misma mesa del tío. Con todo, aseguraba don
Juan Giacomelli que frecuentemente advirtió cómo
don Bosco aguantaba de mala gana aquella
preferencia. Mostraba a sus parientes los más
vivos sentimientos de afecto, pero quería obrar de
acuerdo con los movimientos de la gracia y no
según los de la naturaleza.
Mientras tanto, el cuadro de octubre se había
publicado una nueva ley sobre la instrucción
pública, que anulaba el reglamento escolástico
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