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para que todos los que frecuentaban el Oratorio,
sin excluir a ninguno, pudiesen disfrutar alguna
vez de esta ventaja, combinó las cosas de tal modo
que los que habían sido admitidos a la comida, al
domingo siguiente cedían el puesto a otros y así
sucesivamente, hasta dar la vuelta entera y lograr
que todos sus protegidos pasaran su semana de
convidados con él. Esto supuso un aumento
considerable de gastos para don Bosco y de trabajo
para su buena madre, durante casi un año, el
tiempo que aún duraron las agitaciones públicas.
Con éstos y otros medios logró reconquistar los
corazones y acabar con la manía de alejarse del
Oratorio, y, en consecuencia, de las prácticas de
piedad.
Sucedió un hecho maravilloso que confirmó en
sus buenos propósitos a los muchachos.
Se celebraba en el Oratorio una de las fiestas
más solemnes, quizá la de la Natividad de la
Virgen Santísima. Se habían confesado cerca de
seiscientos cincuenta jóvenes y estaban preparados
para recibir la santa comunión. Don Bosco comenzó
la santa misa persuadido de que en el sagrario
estaba el copón lleno de hostias. Pero dicho copón
estaba casi vacío y José Buzzetti se había
olvidado de poner sobre el altar otro copón con
las hostias para consagrar. Este se dio cuenta de
su olvido después de la consagración. Don Bosco
comenzó a distribuir la comunión la mar de
angustiado, al ver tan pocas hostias y tantos
muchachos rodeando el altar. Desolado por tener
que dejar a tantísimos sin poder recibir el
Sacramento, alzó los ojos al cielo y continuó
distribuyendo comuniones. Y he aquí que, con gran
maravilla suya y del pobrecito ((**It3.442**))
Buzzetti, que de rodillas y confundido pensaba en
el disgusto ocasionado a don Bosco con su olvido,
veía él que las hostias iban creciendo entre sus
manos de forma que pudo dar la comunión a todos
los muchachos con las formas enteras. Aunque
hubiera partido las pocas que había en un
principio, no habrían llegado más que para un
cortísimo número de comulgantes. Al terminar la
función, Buzzetti, fuera de sí, contó lo
ocurrido a sus compañeros, algunos de los cuales
habían advertido el hecho y, para comprobarlo,
enseñaba el copón lleno de hostias que tenía
preparado en la sacristía.
Muchas veces contó, después, durante su vida,
este portento a sus amigos, dispuesto a afirmarlo
con juramento, y entre ellos nos encontrábamos
también nosotros.
El mismo don Bosco confirmó la verdad de este
hecho el 18 de octubre de 1863. Estaba hablando en
privado con algunos de sus clérigos; le
preguntaron sobre la verdad de lo que contaba
Buzzetti.
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