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de batallas, le pidieron algunos compañeros que
les enseñara la instrucción. Y él, con permiso de
don Bosco, formó un pequeño batallón con los
muchachos más vivarachos y capaces. Se solicitaron
al Gobierno, y se obtuvieron, cerca de doscientos
fusiles sin el mecanismo para disparar; se
procuraron bastones para ejercicios gimnásticos;
el Bersagliere llevó su cornetín de órdenes y, al
cabo de algún tiempo contaba el Oratorio con un
batallón tan bien instruido que era capaz de
competir íhasta con la Guardia Nacional! Los
jóvenes estaban como locos: unos se inscribían y
otros se deleitaban contemplando las maniobras,
marchas y batallas. En las grandes solemnidades la
milicia oratoriana prestaba su servicio para el
buen orden en las funciones de iglesia y en
el interior de la casa. A veces, ejecutaban
evoluciones, tan magistralmente, que constituían
un alegre espectáculo y cosechaban infinidad de
aplausos. Estas evoluciones y los ejercicios
gimnásticos, ejecutados según el método del
ejército del Rey, ((**It3.439**)) servían
para hacer volver al Oratorio a bastantes de los
muchachos que, atraídos por la novedad, se habían
alejado, y retuvieron a otros que, deseosos de
juegos y entretenimientos de acuerdo con la índole
de los tiempos, iban en busca y escapaban de las
funciones sagradas.
El periódico Armonía habló alguna vez de
aquella milicia.
Pero en una ocasión el ejército en miniatura
causó involuntariamente un gran disgusto a la
persona que más querían, después de don Bosco; me
refiero a mamá Margarita. como buena campesina,
había formado al fondo del patio un huertecito.
Cultivado y sembrado por ella misma, con gran
habilidad y paciencia, le suministraba lechugas,
ajos, cebollas, guisantes, fréjoles, zanahorias,
nabos y mil otras verduras, sin excluir la menta y
la salvia; y en un pequeño ángulo crecía la hierba
para sus conejos. Pues bien, era un día de gran
fiesta. El Bersagliere, al son de su trompeta,
reunió el batallón y, dividiéndolo en dos bandos,
quiso divertir al numeroso público fingiendo una
batalla. Dio las órdenes oportunas, determinó cuál
de los dos bandos debía retroceder dándose por
vencido. Recomendó a los vencedores, para defender
el querido huertecito, que al llegar a la valla se
detuvieran. Consignadas las órdenes, se dio la
señal de la refriega.
Los dos escuadrones lanzan un grito terrible de
íal ataque!, y, uno desde un extremo del patio y
el otro desde el opuesto, empiezan sus movimientos
estratégicos apuntándose con el fusil de madera.
Las órdenes solemnes, las cargas y descargas
ordenadas de las armas, el lento avanzar y
retroceder, las exactas evoluciones ora a la
derecha,
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