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en favor de sus protegidos. Percibió esta suma
hasta 1878, año en que se la suprimían sin dar
ninguna razón.
El caballero Gonella, cuya caridad y celo por
el bien dejaron en Turín imperecedera memoria, era
a la sazón, director de la obra pía La Mendicidad
Instruída. Pues bien, oyó este noble señor,
contar las maravillas de las escuelas nocturnas y
fue también a visitarlas. Interrogó a los
muchachos, se informó del método que se seguía y
quedó la mar de satisfecho. Tanto, que al
referírselo a los administradores de su Obra,
obtuvo que éstos acordasen un donativo de mil
liras, para entregar a don Bosco en favor de las
escuelas y como premio y estímulo de los alumnos
que a ellas asistían. Al año siguiente, esto es,
en 1848, las introdujo con los mismos métodos en
el Instituto que él dirigía, y también el
Municipio seguía sus ejemplos.
El rey Carlos Alberto y el arzobispo Fransoni,
por su parte, le prodigaban aliento y subsidios.
Por eso escribía don Bosco en sus memorias: <>.
Pero el bien que hacía don Bosco no agradaba al
principe de las tinieblas el cual, por permisión
de Dios, había empezado a manifestar su mal humor.
Es el mismo don Bosco quien nos confió cuanto
vamos a narrar. Desde que trasladó su vivienda del
Refugio a casa Pinardi, todas las noches, en
cuanto se acostaba, oía sobre el ((**It3.29**)) techo de
la habitación un rumor continuado que retumbaba y
que no le dejaba cerrar los ojos en toda la noche.
Parecía que alguien echaba a rodar grandes piedras
sobre el cielo raso de madera. Las primeras veces
probó colocar unas trampas por si se trataba de
ratas, garduñas o gatos; pero no cazó ningún
animal. Esparció por el techado nueces, trocitos
de pan y queso; subía a ver a la mañana siguiente;
pero, con gran maravilla, todo seguía intacto.
Hizo transportar a otra parte todo lo que había en
el desván -leña, maderas sueltas, trastos viejos-
para quitar, a quien fuere el importuno, el medio
con que hacer aquel ruido; mas, de nada sirvió
esta precaución. Habló de ello con don José
Cafasso y éste, sospechando cuál pudiera ser la
causa de broma tan pesada, aconsejóle rociara el
desván con agua bendita. Pero, pese a la
bendición dada, cada noche se renovaba el pavoroso
fenómeno. Entonces don Bosco se decidió a cambiar
de habitación,(**Es3.34**))
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