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Inmaculada que, por medio de don Bosco, lo
protegieron y defendieron contra las insidias
enemigas.
Don Bosco no guardó ningún rencor a aquello
agitadores. Algunos no aparecieron más; otros
volvieron a él y fueron acogidos con la afabilidad
de una antigua amistad y repuestos en el cargo que
antes ocupaban en el Oratorio de San Luis. Aparte
de sus locas ideas políticas, de las que ya no se
mostraban fanáticos, eran sacerdotes de óptimas
costumbres.
Y Dios, que permite la humillación de sus
siervos, no deja de exaltarlos en tiempo oportuno,
confundiendo a sus enemigos. El principal fautor
de los perdonados desórdenes, se encontró en tales
circunstancias, que se vio obligado a implorar el
apoyo de don Bosco. Habiendo ido, por algún
tiempo, a Vercelli, le fue prohibido por el
Arzobispo, celebrar la santa misa y predicar, si
antes no presentaba un certificado ((**It3.435**)) de
buena conducta, extendido por don Bosco. Mucho le
dolía a aquel sacerdote tener que recurrir al que
tanto había combatido y afligido. Por ello suplicó
aceptaran los documentos de la Curia de Turín; y
los presentó, pero le fueron rechazados. Preguntó
si podía pedir por escrito aquel certificado, pero
monseñor Alejandro d'Angennes le impuso fuera
personalmente a suplicar a don Bosco este favor.
Ante la inflexibilidad de la autoridad
eclesiástica, fue.
Don Bosco le recibió muy amablemente y escribió
de buen grado el certificado en cuestión, haciendo
constar lo mucho que aquel Teólogo había trabajado
con él por la Religión y salvación de las almas.
Entre tanto, don Bosco se había ocupado en
remediar las enojosas consecuencias de las
referidas deserciones, sobre todo porque lo mejor
del personal que le había quedado, lo había
empleado para ayudar a mantener en pie al tan
vapuleado Oratorio de San Luis. Pero el de San
Francisco quedaba muy desguarnecido. Nos contaba
don Bosco después:
<(**Es3.339**))
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