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dado que iba con mucha frecuencia a la Residencia
Sacerdotal, trabó amistad con don Bosco, amistad
que duró hasta la muerte.
Sus relaciones con Gal facilitaron quizá a don
Bosco una entrevista con Gioberti. Acudió a
saludarle, acompañado del teólogo Borel, que había
sido amigo y compañero del Ministro durante sus
años jóvenes. Es muy probable que don Bosco
conociera los ocultos manejos contra la Iglesia de
aquel sacerdote extraviado; sin embargo, quería
sondear el interior de su alma para saber hasta
qué punto debían temer de él los católicos o si se
podía esperar algo de él. En efecto, él se
gloriaba en sus escritos de
ser entusiasta admirador de las gestas de los
Papas, lo que podía ser indicio de que, pese a sus
errores, aún no se había pervertido enteramente su
corazón. Al mismo tiempo, dada la gran influencia
de Gioberti en los asuntos del Estado, y
pudiéndose fácilmente prever que quedaría en sus
manos la suerte del Gobierno, don Bosco juzgaba
necesario prevenir las malas impresiones que
podría recibir por las referencias malignas de los
enemigos de los Oratorios y ganarse su
benevolencia.
Gioberti recibió cordialmente a su antiguo
compañero y al Director de los Oratorios, sobre
los que se entretuvo hablando ((**It3.424**)) de
buena gana, y a continuación cayó la conversación
sobre su reciente viaje a Roma, el Sumo Pontífice
y la cuestión vital para Italia de su
independencia del extranjero. Gioberti se permitió
palabras poco reverentes para Pío IX y su sincero
amor por la patria italiana: habló de nubes y
oscuridades en las que decía, haber observado en
Roma se ocultaban las intenciones
pontificias; se lamentó de que la negativa del
Papa a declarar la guerra a Austria hubiera
causado desaliento a muchos italianos en la lucha
que se había empezado.
Estas acusaciones carecían de fundamento y
manifestaban la mala disposición del nuevo
ministro. Era natural que el Papa, como Padre que
es de todos los pueblos y naciones, no quisiera,
sin un motivo gravísimo, descender al campo de
batalla y enemistarse con alguna de ellas. Por lo
demás, >>quién amaba a su patria más que Pío IX y
con un amor verdaderamente cristiano? Había
propuesto a todos los Estados italianos una
confederación aduanera, como principio de una
alianza política, con la cual se habrían ayudado
mutuamente para sofocar las revoluciones internas,
sin acudir a las armas extranjeras; luego, había
propuesto también al rey Carlos Alberto una
alianza de defensa militar, a la que se habían
adherido todos los príncipes italianos. Pero Turín
no consintió, porque quería la unidad pero no la
unión, de la cual, según el proyecto del Papa,
Roma hubiera sido el centro. Declarada la guerra,
había suplicado afectuosamente
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