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La derrota de las tropas italianas encendía las
pasiones. Radetzki había tomado la ofensiva con
más de sesenta mil hombres. El veintidós de julio,
después de un día entero de heroica resistencia,
los piamonteses evacuaban Rívoli, y el veintitrés
los austríacos asaltaban y ocupaban las alturas de
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Sommacampagna y Custoza, de donde, sin embargo,
les rechazaba otra vez Carlos Alberto el
veinticuatro, con esfuerzos de supremo valor. Pero
al día siguiente, el Rey, superado por el número
de enemigos y obligado a abandonarlas, en peligro
de ser envuelto de costado, y perdida Volta, que
el general Sonnaz intentó recuperar en vano,
desvanecida toda esperanza, se retiraba. El
treinta y uno cruzaba el Adda, con su ejército
falto de vituallas, extenuado por las fatigas y
privaciones, abatido, desordenado y diezmado
continuamente por la fuga de los soldados.
El veinticinco de julio llamaba el Gobierno a
las armas a todos los que estuvieran capacitados,
y después se dirigía a los párrocos para que
persuadieran al pueblo de la necesidad y santidad
de aquella guerra, que trataba de defender las
instituciones, la monarquía y la independencia
política de la Santa Sede; ya que si triunfaba
Austria la destruiría y quitaría al Papa las
Legaciones. Acudía también a los Obispos, para que
el clero implorara el auxilio del Señor en favor
de la patria en peligro. Al mismo tiempo un grupo
de padres Capuchinos, con las debidas licencias,
recorría la ciudad y los pueblos, predicando por
plazas e iglesias, la cruzada de la causa
nacional.
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