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-No señor, replicó aquél; ya no debe haber ni
privado ni secreto; todo hay que hacerlo a la
clara luz del día.
En aquel momento sonó la campana para ir a la
iglesia y don Bosco creyó que, al pie del altar,
se hubieran calmado los ánimos; mas, por mala
suerte, no fue así. El sacerdote, encargado tiempo
atrás de la plática de aquella tarde, subió al
pequeño púlpito y soltó una larga y deplorable
arenga. Durante casi media hora no resonaron en
los oídos del joven auditorio más palabras que
emancipación, independencia, libertad. Muchos
bramaban de rabia, otros reían y algunos rimando
la palabra libertad, libertad, repetían por lo
bajo en dialecto piamontés <>
<>.
Quien tuvo que sufrir más fue el pobre don
Bosco, que lloró en su interior amargamente.
<>.
Al acabar las sagradas funciones, quería hablar
a solas con el pobre descarriado y hacerle
comprender de buenas maneras su equivocación; pero
no tuvo tiempo, porque el otro, apenas salió de la
iglesia, invitó a sus colegas y a los muchachos a
que le acompañaran, entonó a voz en grito un himno
popular, y, acompañado por un centenar de
personas, salió del Oratorio haciendo ((**It3.416**)) ondear
locamente al viento su bandera. El grupo rebelde
fue a hacer alto junto al Monte de los Capuchinos.
Allí se hizo y
aceptó la propuesta de no volver más al Oratorio,
si no se les invitaba y recibía solemnemente, es
decir, a bandera desplegada y con medallas y
escarapelas al pecho. Don Bosco, aunque afligido
por aquel desorden, no se desalentó ni cedió un
ápice a sus pretensiones. Estaba seguro de que
defendía unos principios buenos y sabía que era
menester llegar a soluciones graves, cuando se
trataba de combatir principios falsos y de
funestas consecuencias. Por otra parte veía la
imposibilidad, al menos por el momento, de llegar
a un acuerdo con las opiniones de tales
colaboradores. Así que, durante la semana escribió
una cartita a cada uno de los que aprovechaban las
clases de catecismo para inculcar sus ideas
políticas. Se expresaba con frases muy corteses;
les agradecía cuanto había hecho por el Oratorio
anteriormente y les manifestaba que por el
momento, no se necesitaba su labor, por lo que les
rogaba, más aún, les prohibía poner sus pies en el
Oratorio en adelante.
Tan inesperado despido exarcebó a aquellos
señores y se pusieron de acuerdo para hacer lo
posible por alejar de don Bosco a los
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