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por la mañana, condujeron por Turín a las fiestas
nacionales a los muchachos de Puertanueva. Don
Bosco no vaciló, y, ((**It3.414**)) dejando
el Oratorio de Valdocco en manos del teólogo
Borel, llegado del Refugio a su invitación, fue
después de comer a Puertanueva. Conversó con el
Director y le dijo que había demostrado con
bastante claridad que no quería que ninguno de los
pertenecientes a los Oratorios se mezclase en
partidos o grupos políticos; que su intención era
que en todo se procediera bajo un
solo principio de autoridad y que se cumpliesen
fielmente sus órdenes; y que como éstas no habían
sido cumplidas, ya no necesitaba él de una ayuda
que perjudicaba al Reglamento de la concordia.
Aquel sacerdote, que debía dar la plática
catequética a los muchachos, sorprendido por tan
decisivas palabras, no supo de momento qué
contestar. Y don Bosco prosiguió:
-Esta tarde, daré yo la plática.
Y, subiendo al púlpito, predicó sobre las
verdades eternas, sin decir palabra en pro ni en
contra sobre lo acaecido por la mañana. Después de
la bendición, preguntóle el Teólogo quién
predicaría al domingo siguiente y él respondió:
-íPredicaré yo!
Enojados por la aparición de don Bosco y de su
justa queja, los imprudentes ayudantes
determinaron tomarse la revancha.
Al domingo siguiente, hacia las dos de la
tarde, un joven de los más juiciosos y de
confianza, estaba en un rincón del patio de
Valdocco leyendo el periódico Armonía. Cuando he
aquí que entran en el Oratorio unos cuantos con la
escarapela al pecho y otro con la bandera tricolor
en la mano. Este, persona por otra parte celosa e
instruida, se acerca al que leía Armonía y empieza
a gritar:
-íQué vergüenza!, íya es hora de acabar con
estas gazmoñerías!
Y así diciendo, le arranca de las manos el
periódico católico, lo hace pedazos, lo arroja al
suelo y, escupiendo encima, lo pisotea
furiosamente. Después de este primer desahogo, se
acerca a don Bosco, que estaba junto a la ((**It3.415**)) fuente,
rodeado de varios muchachos, le invita a que se
ponga una escarapela sobre el pecho y saca del
bolsillo un ejemplar del periódico Opinione
(Opinión).
-Este sí que es un buen periódico -le dijo-;
éste y no otro deberían leer todos los buenos
ciudadanos. Ya no es hora de escuchar el <> de retrógados e intransigentes: hay que
trabajar.
Don Bosco quedó sorprendido ante tamaña actitud
y semejantes palabras
y, no queriendo más escándalos en medio de los
muchachos, le rogó se guardara aquellas
discusiones para tratarlas en privado.
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