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a gozar del espectáculo de tanta gente, que
gritaba y cantaba al son de la música.
Impresionaban su fantasía las caras de niños
vestidos a la italiana, es decir con jubón y
calzón de terciopelo negro, con sombrero adornado
de plumas, bajo el cual caían los cabellos
ensortijados sobre la espalda; llevaban además un
puñal al cinto y un pequeño escudo sobre el pecho
representando a Italia, colgado de una cadena
dorada. Al volver al Oratorio, al domingo
siguiente, excitaban a sus compañeros más
irreflexivos, contándoles lo que habían visto y
les metían ganas de hacer una escapada a la
ciudad. Con la disipación disminuía la frecuencia
de los sacramentos. Y a don Bosco le tocaba
tolerar muchas cosas para no comprometerse; sin
embargo, su presencia era un gran freno, hasta el
momento, para la mayor parte de los jóvenes.
((**It3.413**)) En
tanto, merced a imprudentes partes de guerra,
inventados por los periodistas, se celebraban
victorias italianas imaginarias y se esperaban
insistentemente otras noticias sensacionales, por
lo que Turín se preparaba de nuevo para
demostraciones de triunfo. Y la realidad era que
ninguno de los dos ejércitos se había movido en
dos meses, a causa de un convenio propuesto por
Inglaterra. Por fin, el 15 de julio ordenó Carlos
Alberto el cerco a Mantua y el 18 atacaban los
piamonteses
en Governolo a un numeroso cuerpo de austríacos y
lo desbarataban. Subieron a las nubes las
aclamaciones, mezcladas con gritos y aplausos
anticristianos. Aquel mismo día aporbaba el
Parlamento la ley de supresión de la Compañía de
Jesús y la Congregación de las Damas del Sagrado
Corazón, declarando que sus bienes muebles e
inmuebles volvían irrevocablemente al Estado.
Todos los diputados, miembros del clero, votaron a
favor de la supresión.
Así las cosas, he aquí que se presentan a don
Bosco dos Teólogos, encargados del Oratorio de San
Luis, a pedirle resueltamente permiso para llevar
a los muchachos, con la bandera desplegada y la
escarapela tricolor al pecho, por las calles de
Turín, y tomar parte en el regocijo político. Don
Bosco salió entonces de su reserva y, no sólo negó
el permiso, sino que prohibió severamente
semejante alboroto. Entonces los dos Teólogos y
otros clérigos más, exaltados por la Gazzetta del
Pópolo (Gaceta del Pueblo), se declararon
abiertamente contrarios a don Bosco, protestando
que, pese a todo, se harían las manifestaciones.
Había que compadecerlos. El delirio por la
independencia de Italia era universal; todos
padecían fiebre de guerra. Quien no vivió aquellos
tiempos, no puede formarse idea.
Los Teólogos mantuvieron la protesta y, al
domingo siguiente
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