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de tres picos y el calzón corto. La propuesta
empezaba a cuajar: ya se veía por la ciudad a
sacerdotes sin alzacuello, con sombrero de copa y
pantalones largos hasta los talones. Los liberales
promovían esta transformación, incitando a los
golfillos a burlarse e insultar a los sacerdotes
que seguían vestidos a la antigua usanza.
Una de aquellos sacerdotes modernistas,
persuadido de la fuerza que daría a las nuevas
ideas el ejemplo de don Bosco, se le presentó un
día, alegando el parecer de los demás, con el
ánimo de convencerle de sus proyectos de reforma
en el vestir. Don Bosco se echó a reír y preguntó:
->>Habéis hablado ya de esto con don José
Cafasso?
-Todavía no.
-Pues bien, convenced primero a que se pongan
pantalón largo y sombrero de copa, al canónigo
Anglesio, a don José Cafasso y al teólogo Borel.
Cuando estos tres modelos de sacerdote, a quienes
yo venero y respeto, vayan vestidos de este modo,
es posible que también me vengan a mí las ganas de
hacer lo mismo.
No tardaron los Obispos en condenar tan necias
pretensiones. Pero naturalmente los que
encontraban pesado un punto tan importante de
disciplina eclesiástica, tampoco podían ser
elementos de orden en los Oratorios.
Efectivamente, éstos, a los que se unieron algunos
seglares, empezaron a pretender que todos los
muchachos en corporación tomaran parte en
espectáculos y fiestas públicas y ((**It3.412**)) en
manifestaciones donde ciertos vivas no tardarían
mucho en convertirse en gritos de muerte. Otros
les calentaban la cabeza hablando y defendiendo en
su presencia opiniones extrañas en materia de
política y de religión. Don Bosco no cesaba de
repetir que la política a enseñar a los muchachos
del Oratorio era la de alejarlos de las malas
acciones, hacerlos buenos cristianos y dóciles en
la familia, para que fueran un día honrados y
útiles ciudadanos. Por eso recomendaba a sus
colaboradores que se guardaran de insinuar a los
muchachos fantasías e ideas cuando menos
inoportunas, que no harían más que distraerlos del
cumplimiento de sus deberes. Pero sus sabias
directrices no eran interpretadas en buen sentido,
y seguían sosteniéndose las nuevas teorías.
Entonces don Bosco se vio obligado a desaprobarlas
y a corregirlas desde el púlpito. Y, si bien lo
hizo con mucha prudencia, se fue acentuando más y
más la aversión de algunos de sus ayundantes, que
empezaron a comentar sus palabras con bromas y
burlas.
La agitación, fomentada por la curiosidad,
cundía también entre los jóvenes; algunos de ellos
faltaban a las funciones sagradas para ir
(**Es3.321**))
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